El día que tendríamos que celebrar no es éste, un 16 de septiembre, sino el 28 del mismo mes, cuando fue redactada el Acta de Independencia del Imperio Mexicano (sí, señoras y señores, fuimos imperio), en el año 1821, así fuere que el Ejército Trigarante entrara triunfante a Ciudad de México un día antes.
¿Agustín de Iturbide, el garante y primer responsable de destrabar las cosas para que la nación mexicana se independizara? Relegado, ignorado, proscrito de la galería de héroes nacionales por su temprana –e imperdonable, por lo visto— condición de aristócrata michoacano combatiente de las fuerzas realistas.
La figura reverenciada es la de Miguel Hidalgo, elevado a la suprema jerarquía de Padre de la Patria, ocultando cuidadosamente la escalofriante crueldad del hombre y las atrocidades que mandó cometer, más allá de las dudas sobre las palabras que resonaron aquel 15 de septiembre en la plaza de Dolores (se le atribuye haber lanzado vivas a Fernando VII, soberano de España).
La historia oficial de nuestro país es bastante nebulosa y podemos preguntarnos si el germen de nuestra consustancial desafección por la verdad no se encuentra precisamente ahí o, más bien, si esa artificiosa fabricación de los episodios nacionales —incluida, desde luego, la mitificación de personajes que protagonizaron muy oscuros sucesos— no resulta de una identidad, la nuestra, que no sólo se acomoda sin demasiados problemas a la mentira sino que la procura por gusto.
Una verdadera transformación —como la que tanto cacarea el actual régimen— pasaría por el total y absoluto reacomodo de los hechos acontecidos desde la fundación misma de la nación mexicana y la paralela ordenación de los héroes patrios.
Nuestros augustos representantes en la Cámara Bajísima decretaron que 2023 fuera el Año de Francisco Villa, un sanguinario asesino. ¿Qué mensaje se le envió ahí al pueblo de México? ¿Se puede seguir endiosando a parecidos sujetos sin que ello tenga un nefario impacto en la moral pública? Naturalmente, los mexicanos, en su mayoría, no están necesariamente enterados de los crímenes del Centauro del Norte pero la clase dirigente estaría obligada, por principio, a la decencia.
Eso sí, la estatua de Cristóbal Colón fue removida de su pedestal en el Paseo de la Reforma. Ejemplar selectividad, no cabe duda…