Joe Biden está muy viejo, opina la gente. Se le olvidan nombres, se confunde, se le dificulta el habla siendo que lleva toda una vida de combate para domesticar los tartamudeos de su primera edad.
El otro, su competidor directo para encaramarse a la silla presidencial, apenas dos años más joven, es un sujeto vil, egocéntrico, camorrista de origen, embustero, tramposo y sin escrúpulos.
Pero, miren ustedes, el respetable público parece preferir a este ejemplar (tan poco ejemplar) de la especie en lugar de reconocer la consustancial decencia de un presidente que, además, ha hecho excepcionalmente bien las cosas.
Los humores del mundo son cada vez más inentendibles: que un candidato se tropiece en el enunciado de unas palabras se vuelve un tema central y los electores dirigen, entonces, sus miradas a un concursante de mucha peor calaña que, encima, es desaforadamente peligroso en tanto que está dispuesto a socavar los fundamentos de la democracia liberal y, en lo que toca al orden internacional, a certificar el imperio de los peores, a saber, los siniestros autócratas de este planeta, en detrimento de la estabilidad y la seguridad que necesita Occidente.
Los pueblos se equivocan, desde luego, y no hay que remontarse a los tiempos en que los alemanes, humillados por las draconianas disposiciones del Tratado de Versalles y arrinconados por la devastadora crisis económica que sobrellevó la República de Weimar, eligieron a Adolf Hitler para que llevara las riendas de la gran nación germana: el Brexit ha sido, en pleno siglo XXI, un colosal disparate y los primerísimos damnificados son quienes respondieron al deletéreo canto de sirenas entonado por los paladines populistas del Reino Unido. Y, hay que decirlo bien alto y bien claro, el hecho mismo de que un personaje como Donald Trump haya logrado ser el inquilino de la Casa Blanca es tan aberrante como absurdo.
Sigamos con las negruras de la irracionalidad colectiva: con Biden, el desempleo está en bajos históricos, se redujo la pobreza de los niños, se fortaleció la alianza de los países que integran la OTAN, se destinaron 369 mil millones de dólares a la lucha contra el cambio climático, el gasto para mejorar la infraestructura superó el billón de billetes verdes…
Ah, pero es un anciano (en perfectas condiciones físicas, al contrario de su obeso contrincante) que a veces no recuerda algunos nombres.
Pues, un tipo infame es el que debe estar en su lugar.
