Marcelo Ebrard es ciertamente un tipo muy inteligente, además de contar con méritos académicos que no sobran en las filas de los operadores de doña 4T —fidelísimos adherentes a los dogmas oficiales del momento y obsecuentes por instrucción superior pero declaradamente incapaces— que tan desastrosamente llevan la cosa pública en este país.
Los gobiernos del denostado PRIAN eran más eficientes y, miren ustedes, el ex canciller fue parte de aquel entramado, en su primigenia condición de priista convencido, ocupando cargos de relevancia y llegando a ser inclusive secretario general del PRI, sí señor, en el antiguo Distrito Federal.
A este escribidor, francófilo irredento, le deslumbra particularmente que Ebrard haya salido airoso, con una especialidad en administración pública, luego de sobrellevar las severísimas exigencias que imponía l’Ècole nationale d’administration (ENA), el famoso centro de enseñanza en el que se educaba la práctica totalidad de la clase política de la República Francesa.
No resulta entonces extraño que el hombre, con ese bagaje, no termine de parecerle enteramente confiable al primer elector de nuestra nación, siendo que ha expresado, una y otra vez, su abierto rechazo a los tecnócratas que partieron fuera a aprender mañas que no se enseñan aquí. Y también pudiere haber, por ahí, cierta propensión de tan ilustrado personaje a abrazar la modernidad y conectarse con el mundo, aspectos que no encajan en los principios doctrinarios promovidos actualmente desde la cúpula.
La señora Sheinbaum, por su parte, es científica e, igualmente, mujer de luces. Pero, a diferencia de Ebrard, se las apañó para ser la preferida y para aparecer como la mejor colocada en las encuestas que le sirvieron de trampolín.
Es ahí donde ya no se entiende, a estas alturas, la estrategia del aspirante rechazado. Su paciencia es absolutamente descomunal, hay que decirlo: en su momento le cedió el paso a Obrador y ahora que no ha procedido su querella para que se recomponga el proceso interno de selección y que lo consagren a él como supremo designado, sigue de todas maneras ahí, sorteando el vendaval, para competir… en 2030.
Tal es su apuesta. Y, por lo que parece, el muy extraño camino que le dicta su inteligencia.