Lo más deslumbrante del liberalismo es que le otorga un supremo valor a la soberanía del individuo. No estamos hablando de la sacralización del egoísmo, ni mucho menos, sino del reconocimiento de un derecho fundamental del ser humano, a saber, el de no verse obligado a reverenciar la figura del poderoso ni someterse a sus designios, enmarcada esta potestad en la obligación de acatar, ahí sí, los dictados de las leyes y de respetar las garantías de los demás.
El colectivismo, por el contrario, exige la renuncia a los intereses primeros de la persona invocando la supremacía de los provechos comunitarios. Pareciera una propuesta humanista en tanto que hace un llamado a la generosidad promoviendo, de paso, el principio de una sociedad más solidaria. Pero, en los hechos, esta exhortación termina por volverse un mero instrumento para que el aparato del Estado ejerza un dominio sobre los ciudadanos, arrogándose abusivamente la representación del “pueblo”, una entelequia que no es otra cosa que un pretexto para que el sistema autoritario pueda adjudicarse, de manera tan aviesa como amañada, la legitimidad de la cual carece en tanto que su vocación primigenia no es el bienestar de las masas sino el control de ellas.
El socialismo chavista, una epidemia que sobrellevan varias naciones de nuestro subcontinente, llama siempre a la movilización de sus avasallados pobladores, es decir, no los deja que estén a su aire —cultivando sus muy particulares aficiones, sus gustos y sus preferencias en el apartado de las ideologías— sino que necesita de su adhesión en permanencia, o sea, de que su fidelidad le sea expresada en todo momento.
Por ello mismo, por su propósito de apropiarse de la voluntad de los ciudadanos, es que ese socialismo tropicalizado se dedica machaconamente a adoctrinar a la gente y por ello, también, es que su aparato propagandístico no da tregua alguna, funcionando de tiempo completo para glorificar, encima, la figura del supremo caudillo porque, a diferencia de los sistemas democráticos en los que al votante le tiene prácticamente sin cuidado cuáles puedan ser los maravillosos atributos de un primer ministro o de un jefe de gobierno, ese mentado socialismo se sustenta en el culto a la personalidad.
El oficialismo no quiere que en este país se manifiesten los individuos soberanos. Necesita de seguidores adoctrinados. Cuenta con varios millones de ellos, hay que decirlo. El 2 de junio veremos hacia dónde se inclina la balanza...