Cultura

El tráfico de esclavos negros a América

Juan Pablo II pidió perdón por el “holocausto desconocido” durante una visita a Gambia y Senegal, en 1992, perpetrado por “personas bautizadas que no vivieron de acuerdo con su fe”. Se refería al tráfico de esclavos negros de África a América.

En La trata de esclavos. Historia del tráfico de seres humanos de 1440 a 1870, Hugh Thomas afirma conservadoramente que en ese periodo fueron arrancadas de África unos once millones de personas para esclavizarlas en América. Portugueses, españoles, franceses, holandeses e ingleses, a los que se unieron más tarde los habitantes de las trece colonias, capturaban o compraban en distintas regiones de África a miles de hombres y mujeres libres para venderlos a los colonos, quienes los obligaban a trabajar en plantaciones y minas, así como en la servidumbre. El tráfico de esclavos fue un negocio que enriqueció a Estados y comerciantes. En América la mano de obra forzada apuntaló las nacientes economías a lo largo y ancho del llamado Nuevo Mundo. No fue sino hasta 1780 cuando de Europa llegaron las primeras prohibiciones de poseer esclavos; poco después, en 1813, José María Morelos la aboliría formalmente en el México incipiente y en 1860 el primer presidente republicano de Estados Unidos, Abraham Lincoln, lo haría en Estados Unidos, con lo que empezaría a cambiar muy lentamente la condición de una raza a la que se trataba con mayor brutalidad que a los indígenas.

Otras fuentes apuntan que entre 1540 y 1850 fueron desterrados violentamente de África sesenta millones de negros [Alianza Reformada Mundial, 2004; warc.jalb.de]. Recluidos en fuertes como el de Elmina, construido por los portugueses en 1482 en el litoral de Ghana, los esclavos debían esperar, a veces varios meses, antes de ser enviados a la tortuosa travesía atlántica. Apretujados en oscuros calabozos, ahí comían y evacuaban sus intestinos. Al cabo de meses caminaban entre sus propios excrementos, y aquellos que trataban de resistirse eran golpeados, torturados y encadenados. A éstos se les abandonaba al sol inclemente para que murieran de hambre y sed. Los enfermos eran arrojados al mar y las mujeres violadas tumultuariamente por la soldadesca.

Durante tres siglos, solamente quince millones de esos sesenta llegaron a América. Los demás murieron sacrificados o a causa del hacinamiento y las enfermedades contraídas por las insalubres condiciones de los campos de concentración construidos en la costa oeste por Portugal, Holanda e Inglaterra.

En Elmina se erigió el primer templo católico en África, en uno de cuyos muros aún se lee la inscripción “Dios está aquí”. Es decir, no en los calabozos. Con esa burda justificación los religiosos se hacían de la vista gorda ante el tráfico de esclavos y su sufrimiento. Los piadosos cristianos oraban en medio de tormentos, violaciones y asesinatos.

Antes de concluir su visita el extinto Papa leyó la inscripción en uno de esos antiguos enclaves militares y comerciales: “A la memoria eterna de la angustia de nuestros ancestros. Que quienes murieron descansen en paz. Que quienes regresen encuentren sus raíces. Que la humanidad nunca más cometa semejante injusticia contra la humanidad. Nosotros, los vivos, juramos no hacerlo”.

Ahora, cada año más de 400 mil afroestadounidenses visitan Elmina para recordar ese oprobioso pasaje de la historia. En la Great America de Trump muchos de ellos aún son víctimas de racismo.

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Rogelio Villarreal
  • Rogelio Villarreal
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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