Después de la jornada del pasado domingo, en que se forzó a votación bajo la Ley de Revocación de Mandato, decretada por López Obrador y violada, al extremo, por él mismo al no sujetarse a lo que prescribe el Artículo 7, Capítulo II que a la letra dice:
“El inicio del proceso de revocación de mandato solamente procederá a petición de las personas ciudadanas en un número equivalente, al menos al tres por ciento de las inscritas en la lista nominal de electores, siempre y cuando la solicitud corresponda a por lo menos diecisiete entidades federativas y que representen, como mínimo, el tres por ciento de la lista nominal de electores de cada una de ellas.”, que dio pie a varias discusiones de mí, abiertamente anti López-obradorista, con algunos “amlovers”, incluso parientes, que me acusaron de no ser ciudadano responsable por no haber ido a votar, a lo cual respondí, a veces airadamente, para no gastar energías, que sí era ciudadano, pero también era inteligente; así que imaginen el paupérrimo nivel de las discusiones, cuando se enfrenta uno al dogma, valga, obviamente irreflexivo, si no, sería una negación al dogma.
Derramando bilis, sentí la necesidad de desintoxicar el alma; dediqué buen tiempo a hacer música, revisar un par de propuestas en materia cultural, y leer un poco sobre la vida y obra de Miguel Ángel Buonarroti, cuando recordé no sé por qué en ese proceso de desintoxicación, mi estancia en Florencia, Italia y visité el Museo de la Academia para ver la imponente obra original del David; quizá porque el arte tiene la virtud de emancipar de las estupideces humanas.
Así supe que Miguel Ángel quien con solo 19 años de edad, ya conocida su calidad escultórica, vivió el Bolonga donde le encargaron terminar la tumba de Santo Domingo, sin culminarla, fue poco tiempo a Florencia para ir luego a Roma, ahí realizó su primera gran obra, Baco, admirable porque logró tal expresión que quien la ve, nota que Baco apenas mantiene el equilibrio, como cualquier borracho a punto de caer; luego esculpe La Piedad, su primera obra magistral, donde alterando las proporciones para conseguir tal armonía, que no hace notar que la virgen es más alta que Cristo.
Con la fama lograda llega a Florencia donde esculpe al increíble y enorme David; apenas bordeaba Miguel Ángel los veinticinco años, de ahí a Roma a la Capilla Sixtina.