El gasolinazo deja varias lecciones, la más importante tiene que ver con el descaro y la demagogia de los discursos públicos que los actores políticos están dispuestos a pronunciar sin importar los dobles vínculos que esconden sus palabras y sin importar lo disociado de lo que dicen hoy en relación con lo que dijeron hace ocho o quince días.
La inflación entendida como aquella que nos orienta en el Índice Nacional de Precios al Consumidor (INPC) y el Índice Nacional de Precios al Productor (INPP), ha rebasado las expectativas de quienes administran la economía del país. Claro, como siempre, quienes se verán afectados por la inflación serán los sectores socioeconómicos menos favorecidos.
Otra lección que queda de este golpe a la economía de los mexicanos es el cinismo de algunos personajes públicos que tienen poca empatía hacia el sector que vive en pobreza moderada y pobreza extrema. El caso de Carmen Salinas ilustra de cuerpo entero esta lección, actriz de cine teatro y televisión devenida en diputada por el PRI.
La lección más aguda está relacionada con la anarquía y la desorganización de la sociedad que no atina a conformar un movimiento unificado en el plano nacional para protestar por este tipo de decisiones que toman quienes nos representan en la cámara de diputados y senadores. Estos han demostrado que sirven y representan al poder en turno y que hay que desconfiar de ellos, que hay que tener presente sus nombres para poner un alto a sus desenfrenos y que van en contra de quienes votamos por ellos.
El gasolinazo nos advierte que lo peor está por venir. Esa decisión tomada en los pasillos del poder, de que cada hora estará variando el precio de la gasolina y de que se deberá ajustar el precio de acuerdo a ciertos indicadores, sólo demuestra que quienes dirigen el país probablemente viven en Atlanta o en la casa blanca, la de Washington por supuesto, al lado de Donald Trump. ¡Hay Dios que dislates! y pensar que todavía quedan 22 meses con ellos.
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