Hace apenas dos meses, López Obrador se lanzó con todo contra los punteros en Nuevo León, con la intención de levantar a la candidata de su partido que se resbaló con una cáscara de NXIVM: “Ayer los voceros del conservadurismo se rasgaban las vestiduras porque la fiscalía abrió una investigación... yo apoyo esa decisión, aquí lo denuncié porque es un delito electoral, no podemos ser cómplices del fraude... Todos debemos manifestarnos y defender la democracia. Que se aplique la de ley, es delito grave el fraude electoral”.
Pasada la elección, los encendidos exhortos cesaron, al igual que las investigaciones. Y, de lo perdido, lo que aparezca: ayer por la mañana el gobernador electo Samuel García visitó al Presidente en Palacio Nacional y todo fue miel sobre hojuelas. López Obrador afirmó que la reunión fue amistosa y productiva, que la relación seguro será buena, que ya en el gobierno se debe “actuar con responsabilidad y buscar el beneficio de los pueblos, en este caso el beneficio del pueblo de Nuevo León. Tenemos la obligación de gobernar para todos, independientemente de si el gobierno es de un partido u otro partido, y se tiene que atender a todos por igual”.
García le habló de sus planes, del problema del agua, del transporte público, de su intención de hacer un tren suburbano Allende-García y, para que no digan que no hay amor, del combate a la corrupción: “Sigue proponer, trabajar y renovar. Ocuparemos de su ayuda para juntos construir un nuevo Nuevo León”, le dijo, regalándole libros de su autoría que seguro el Presidente va a leer con fruición: Nuevo León frente a la pandemia, Federalismo fiscal en México, La Gran Reforma Hacendaria de los Mexicanos. Hacia un ingreso mínimo vital y seguridad social universal.
García no es el primer gobernador de la oposición en estar a partir un piñón con López Obrador; allí están Manuel Velasco, del Verde, y Alejandro Murat, del PRI. Si el norteño juega bien a ponerle el cascabel al pejelagarto, estos coqueteos quizá puedan traerle beneficios a Nuevo León. Lo que falta es preguntarse a qué precio, porque la última vez que los regios nos enredamos con un Echeverría así, el asunto terminó en franca tragedia.
Roberta Garza