No es la primera vez que el Presidente se carea con Marcelo Ebrard por una candidatura. A fines de 2011 López seguía desquiciando al país con el bulo del fraude electoral de 2006 y, para evitar fragmentar más a un PRD de por sí agónico, Marcelo Ebrard y Andrés Manuel López Obrador acordaron que, en vez de elecciones internas, el mejor posicionado en dos encuestas sería ungido candidato presidencial. “Se van a quedar con las ganas los que quieren vernos divididos”, dijo entonces, como dice ahora, un López Obrador manchado por la fundada sospecha de que no respetaría ningún resultado que le fuera adverso.
Nada estaba cantado para el tabasqueño: en la interna Ebrard y él se mantuvieron parejos prácticamente hasta el 15 de noviembre de 2011, cuando Ebrard, cenizo y cabizbajo, salió de la encerrona donde las encuestadoras revelaron sus resultados diciendo así: “Soy leal. Podría empecinarme, ir a las internas, pero, ¿dónde queda la congruencia? Sería un suicidio para la izquierda. El camino está antes que el deseo. El mayor de los éxitos para Andrés Manuel”.
La República Amorosa nacería inmediatamente después, cuando López Obrador le arrancó a su carnal el micrófono para anunciarla; hay que decir que el novel candidato tuvo lindas palabras para el perdedor, llamándolo Ulises, por no haberse dejado seducir por el canto de las sirenas neoliberales y conservadoras.
Un elogio bien ganado: ya antes Ebrard había declinado a favor de López sin hacerla de tos. Recordemos que, en los albores del milenio, ambos se disputaron la candidatura perredista por la jefatura de Gobierno del entonces Distrito Federal y, como sucedería en 2012, Ebrard se hizo a un lado, ganándose el puesto de secretario de Seguridad cuando López dejó cómodamente atrás al panista Santiago Creel y al priista Silva Herzog.
Por eso sorprende que ahora, públicamente, el habitual cómplice y sumiso acuse en un documento de 128 hojas que el proceso interno de Morena es un chiquero, plagado de irregularidades, con desvío de recursos públicos, encuestas a modo, guerra sucia y otros delitos electorales cometidos desde el Ejecutivo para empujar a su candidata favorita.
Porque que nadie se llame a engaño: en la elección de 2024, si bien en la boleta no estará López, el candidato será él. Y quien detentará el poder en caso de ganar sus siglas también será él. Y el tabasqueño está convencido de que eso solo será posible si la ungida es Claudia.
Lo que asombra es que, cargando tanta historia mutua a lomos, Ebrard haya pensado que la contienda no estaba cantada desde antes, que iba a ser un proceso limpio y que alguien que no estuviera dispuesto a obedecer a López hasta la ignominia podría soñar con sucederlo. El Presidente lo dejó clarísimo cuando, a pesar de las evidencias, negó todas las acusaciones, respondiéndole a su ex secretario, ex canciller, ex carnal y ex Ulises que “En este movimiento no caben los ambiciosos vulgares”.
Parece que lo único que le falta a Ebrard es que el tabasqueño le entone: La primera por coraje, la segunda por capricho, la tercera por placer.