Política

Gambito de capo

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López Obrador no solo viajó a Washington a leer media hora de lugares comunes en la Oficina Oval, sino a que le refrescaran el más álgido pendiente en la historia del orgullo americano: la captura y extradición del capo que ordenó la brutal tortura y muerte del agente Enrique Kiki Camarena.

Poco antes de la visita, la DEA —que, a pesar de haber sido severamente acotada por López, es como los icebergs: apenas vemos la puntita— había localizado a Caro Quintero en los alrededores de Choix, Sinaloa. Éste no había sido visto desde 2013, cuando un tribunal de Jalisco lo amparó por un tecnicismo, dejándolo libre tras cumplir 28 años de una sentencia de 40. Dos años después la Suprema Corte revirtió el amparo y se emitió otra orden de captura, pero el capo ya se había esfumado, y no para retirarse a pasar su vejez en paz, como había afirmado quererlo una y otra vez, sino para rehacer su organización: el cártel de Caborca. En el trance se enemistó a muerte con sus anteriores socios y amigos, El Mayo Zambada y los Chapitos, provocando el consiguiente reguero de sangre.

En ese mundo no queda nadie con la mirada y el alcance histórico de Caro Quintero, quien araña los 70 años. Junto a Ernesto Fonseca y Miguel Ángel Félix Gallardo fundó el cártel de Guadalajara que, a la muerte de Pablo Escobar, se convirtió en la semilla del futuro narcoimperio mexicano. No pocos grandes capos de la actualidad comenzaron como sus correveidiles. Ha visto pasar presidentes, gobernadores y alcaldes como hormigas por el pavimento, y conoce bien quién de los segundos estaba o está a sueldo de los primeros; Caro mismo siempre ha preferido comprar policías y generales que pelearse con ellos. Sabe que, como a nadie más, lo peor que puede pasarle es ser extraditado. Y no solo a él: si lo llevan a enfrentar la justicia al norte, no pocos de nuestros mandos castrenses y políticos, pasados y presentes, van a poder atreverse a ir a Disneylandia.

Al margen de Bartlett, conspicuo faltante en todo viaje a los Estados Unidos, es imposible que la DEA y el departamento de Estado no hayan registrado la predilección presidencial por los Guzmán Loera, así como las generosas ayudas que al menos ese cártel le brinda a los candidatos y funcionarios del partido de López Obrador. Dirán misa el Presidente y su embajador gringo a modo, pero a Caro Quintero lo apañaron la DEA y la unidad especial de la Marina que, muchas veces trabajando en sigilo —Peña Nieto se enteró de la captura del Chapo cuando éste ya iba rumbo a la capital—, han capturado juntos a casi todos los narcos mexicanos que hoy purgan en una u otra supermax al norte del Bravo; nunca antes lo habían pagado con su vida pero, ya ven, este es el sexenio del cambio.

Un juez federal le acaba de asegurar al capo un juicio previo a la extradición; esto quiere decir que podrán pasar años antes de que Caro Quintero pise Nueva York. Mucho depende del gobierno de López Obrador que se despache rápido o nunca a Brooklyn a quien conoce al dedillo los peores secretos de la delincuencia organizada mexicana, y a sus cómplices en el poder, de los ochentas a la fecha. 

Yo mejor espero sentada.

Roberta Garza

@robertayque


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Roberta Garza
  • Roberta Garza
  • Es psicóloga, fue maestra de Literatura en el Instituto Tecnológico de Monterrey y editora en jefe del grupo Milenio (Milenio Monterrey y Milenio Semanal). Fundó la revista Replicante y ha colaborado con diversos artículos periodísticos en la revista Nexos y Milenio Diario con su columna Artículo mortis
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