
Son quienes preguntan al herido, después de que lo atropelló un camión, si le duelen los huesos rotos. Los mismos que interrogan a quien apenas se quedó sin casa si ya vino el gobierno a ofrecerle una. Entre las peores está la candidata que prometió no comprarse ropa durante tres meses para regalar lo que se ahorre en víveres para los niños hambrientos. O la que se improvisó como distribuidora de despensas para ver si con eso crece la lista de sus votantes.
Pocas cosas son más irritantes estos días que esos pontífices improvisados cuya boca se llena de consejos sobre cómo deberían hacerse las cosas. Soberbios que en su vida han estado cerca de una catástrofe y sin embargo hablan como si tuvieran una experiencia milenaria a la hora de lidiar con los fenómenos que rebasan a la especie humana.
Los porno-desastrólogos militan en las filas del espectáculo. Los hemos visto exhibiendo a las víctimas con el solo interés de subir su rating, multiplicar los likes o el volumen de sus clientelas. Los hay también quienes, cual vedetes, van de tertulia en tertulia despreciando todo conocimiento que no sea el suyo.
Igual que los mirones de la pornografía, estos sujetos experimentan la vida a distancia, se excitan con lo que sucede a otros y una vez calmada su vulgaridad olvidan lo que estaban haciendo. Son Saturno que devora a los caídos, astrólogos de la calamidad que se alimentan sin pudor del dolor ajeno.
Los desastres que hacen daño a la humanidad son inmemoriales. La leyenda bíblica que cuenta el gran diluvio es solo una de tantas historias que han viajado como metáfora hasta nuestros días. Los ancestros solían calmar a los dioses ofreciendo sangre humana. En vez de que el dios vengativo apuntara con su ira al azar, se le entregaban niños, vírgenes o guerreros para reducir la incertidumbre del daño.
Luego vino la era de las plegarias, los templos y la penitencia. Aunque extraños pudieran ser los caminos del señor, había manera de negociar con su inextricable voluntad a partir de los rezos y el arrepentimiento.
Las huestes del porno-desastre son nómadas que migraron desde esas épocas pasadas sin haber aprendido nada. Hincan su morbo como clavos sobre los sufrientes de la tragedia. Sacrifican la intimidad del doliente para aplacar el enojo, ya no de Dios, sino de la opinión pública. Ritualizan el escándalo en el templo de los medios masivos tomando como pretexto al viejo que no tiene qué comer, a la jovencita que tuvo que acampar en la calle o al cuerpo del marinero que, inerte, flota sobre el agua salada.
El fin de estos fabricantes del porno es confirmar la percepción que se sostiene a distancia. Para los voyeristas la realidad es irrelevante, siempre y cuando mantenga intocados los prejuicios. Si el número de muertos no corresponde a las expectativas, entonces hay que inflarlo o de plano acusar de mentiroso a quien lo proporciona.
Si los caminos por fin lograron abrirse, entonces hay que quejarse de que nadie ha venido a barrer los escombros de la calle vecinal. Si por fin los cajeros automáticos están dispensando dinero, entonces hay que recriminar las largas colas que se forman para retirar los billetes.
En el porno, nada puede estar bien. La insatisfacción es la norma, igual que lo grotesco, lo excepcional o lo inaudito. El porno-desastre es esencialmente oportunista. Sirve igual para golpear a los adversarios que para exaltar con demagogia las supuestas virtudes propias.
No se olvida aún la mezquindad del anterior gobierno cuando, después del terremoto de 2017, propuso eliminar las curules de representación proporcional, entonces territorio parlamentario de la oposición, para con esos ahorros sufragar la reconstrucción de las viviendas caídas. Familia de esa misma vileza es la iniciativa que ahora quiere arrebatar los ahorros de los trabajadores del Poder Judicial para invertirlos en el rescate de Acapulco.
En la orilla opuesta del porno se hallan parados los desastrólogos, a secas. Si se busca en el diccionario la palabra no existe. Sin embargo, la desastrología es una antigua disciplina dedicada a estudiar los desastres haciendo uso de la ciencia y la racionalidad. Frente a una catástrofe como la impuesta sobre el puerto de Acapulco estos especialistas son indispensables.
Su conocimiento pretende encontrar una gestión del riesgo que mitigue, rehabilite y reconstruya la existencia y el patrimonio extraviados. La desastrología aporta herramientas para la prevención, pero, sobre todo para el post-desastre y es que los daños y las perdidas ocurridas en las semanas, los meses y los años posteriores a la catástrofe pueden ser tan críticos como el momento mismo de la tragedia.
Los desastrólogos son los que se quedan después de que el espectáculo ha partido y las víctimas comienzan a resultar aburridas. No solo se hacen cargo de evaluar los daños y proponer planes de rescate. Una tarea tan seria como esta es la atención sicológica para que las poblaciones puedan superar el trauma y también la intervención sobre la vida de las comunidades y las poblaciones con el objeto de mitigar las muchas cicatrices.
Como antídoto frente al porno vale recomendar un texto publicado el año pasado por la UNAM que lleva por nombre Recuperaciones diversas ante el proceso de desastre. Reflexiones y perspectivas para México. Se trata de una obra colectiva coordinada por los investigadores Naxhielli Ruiz Rivera y Daniel Rodríguez Velázquez.
Es una obra inspiradora para un momento tan lastimoso como el que está viviendo la gente de Acapulco. Entre los argumentos ahí expuestos juega un papel centralísimo la inyección de confianza dentro de la comunidad afectada y también hacia los actores que, fuera de ella, son necesarios para la recuperación.
El problema principal de los practicantes del porno-desastre es que jalan la carreta en sentido inverso al que se necesita. Cuando los reflectores apuntan con la mayor potencia destruyen las redes de solidaridad, atizan la desconfianza y revictimizan a quienes necesitan mayor cobijo.
En Acapulco urge que los porno-desastrologos se hagan a un lado para que los especialistas en desastrología tomen protagonismo.