Política

La tiranía del espectáculo

La historia de la joven ha servido para que los políticos se arañen y muerdan públicamente. AFP

La historia de la joven ha servido para que los políticos se arañen y muerdan públicamente. AFP

Cuando la verdad arruina el espectáculo, lo mejor es apartar a la verdad. Esta ley no está escrita en ninguna parte, pero es más poderosa que ninguna otra.

La arbitrariedad del espectáculo es en nuestros días más poderosa que cualquier autoridad, más definitiva que la policía, las fiscalías o los juzgados, más contundente que el más influyente de los gobernantes.

El jueves pasado se anunció la exhumación de Debanhi Escobar, una joven de 18 años cuyo cadáver lleva bajo tierra casi un mes, en una tragedia que ha servido, entre otras cosas, para vender papel y ganar audiencia a favor de los medios de comunicación.

Peor todavía, su historia ha servido para que los políticos se arañen y muerdan públicamente mientras lucran con un hecho que merecería mejor respeto. Compiten el fiscal contra el gobernador y la autoridad federal contra la local, tratando desesperadamente de escapar al juicio de la ineptitud.

Para apagar las luces que apuntaban contra un caso muy escandaloso, la fiscalía estatal de Nuevo León dio a conocer un dictamen en el que un par de médicos forenses concluyeron que Debanhi murió por un golpe contundente en la cabeza, presumiblemente por haber caído dentro de una cisterna.

Esa narración de los hechos era políticamente conveniente, pero no justa. Calmaba los ánimos encendidos de una sociedad enardecida por la tragedia de Debanhi y también porque ésta se volvió, en unos cuantos días, emblema de la indómita ola mexicana de feminicidios.

Antes de despedirse de los restos de su hija, los padres de Debanhi solicitaron a otro especialista que también emitiera su opinión. Según una segunda autopsia, antes de desplomarse dentro de la cisterna donde fue encontrada, la joven de 18 años sufrió abuso sexual y fue asesinada.

A escena es llamado ahora el gobierno federal cuyas autoridades practicarán una tercera autopsia. Mientras tanto, el país entero continúa pegado a la ventana, indignado y sin creer nada de lo que se dice.

Muy probablemente sin las imágenes de Debanhi deambulando por la geografía donde luego fue hallada, su caso no habría logrado tanta notoriedad y, por tanto, la fiscalía de Nuevo León no se habría esmerado para esconder la evidencia del ultraje y el homicidio.

Una pila alta de expedientes, acumulados durante los últimos 20 o 25 años, permite afirmar que el caso de Debanhi no es excepción en lo que toca a la relación perversa que existe entre la obtención de verdad y el espectáculo, o más precisamente, en la manera como el espectáculo termina oponiéndose a la obtención de justicia.

Algunas veces, con tal de manipular, se tergiversan los hechos, en otras se fabrican verdades alternativas para apaciguar los ánimos.

El caso de la desaparición de los estudiantes de Ayotzinapa sirve para ilustrar esto mismo. Ahí, en lugar de esmerarse para conseguir una verdad jurídica bien sustentada, la autoridad pensó que podría beneficiarse del espectáculo si conseguía mediante tortura testimonios que, aunque fuesen falsos, ayudaran a cerrar con fanfarria la investigación.

El guion que en 2015 ofreció el entonces procurador Jesús Murillo Karam, hoy se sabe, expulsó a la verdad de la investigación y luego del proceso penal, presumiblemente porque urgía quitarle de encima a quien gobernaba el país en esas fechas, Enrique Peña Nieto, una presión que muy rápido se hizo internacional.

Siete años ha tomado desenterrar lo que esa autoridad dejó sepultado: una cauda grande de evidencia sobre el paradero de los jóvenes normalistas y también sobre el desempeño francamente delictivo de las autoridades que primero recibieron la encomienda de dar con ellos.

Otro caso parecido, en que el espectáculo hizo pedazos la posibilidad de descubrir la verdad, fue aquel donde estuvieron involucrados Florence Cassez e Israel Vallarta. El montaje que, en diciembre de 2005, hizo la Agencia Federal de Investigación, dentro del rancho Las Chinitas, ubicado al sur de la Ciudad de México, tuvo como único propósito la invención de un gran espectáculo que hiciese pasar a las autoridades como heroínas en una época en que México había ocupado el primer lugar en el mundo en la comisión del plagio.

Ocho años después la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) se resolvió a enfrentar aquel montaje. Entonces concluyó que el espectáculo televisado en Las Chinitas había corrompido a tal punto la verdad que se había vuelto materialmente imposible rescatarla. Procedió por tanto a dejar libre a Cassez.

El pasado miércoles 25 de mayo la Corte optó de nuevo por atraer un caso contaminado por la perversidad del espectáculo. Lo hizo a partir del amparo promovido por Juana Hilda González Lomelí, a quien se le acusa de ser una de las integrantes de la banda criminal que supuestamente secuestró y arrebató la vida al empresario Hugo Alberto León Miranda, hijo de la política y activista, Isabel Miranda Torres.

Antes siquiera de que hubiese pruebas definitivas sobre las acusaciones realizadas en contra de esos presuntos criminales, la señora Miranda, que era dueña de varias estructuras espectaculares en lugares estratégicos de la Ciudad de México, colgó los rostros de César Freyre, Jacobo Tagle Dobin, Brenda Quevedo Cruz, Jael Uscanga Malagón, así como de Tony y Albert Castillo Cruz; en esos anuncios monumentales los sentenció y ofreció también recompensa cuantiosa a quien se animara a acusarles por otros delitos.

Dichos espectaculares generaron un clima tal de linchamiento que se volvió materialmente imposible encontrar la verdad detrás de los hechos.

Como en el caso Cassez, nuevamente la SCJN habrá de apartar del expediente aquellos elementos que lo corrompieron para tratar de desentrañar la verdad relacionada con la desaparición de Hugo Alberto León, quien, por cierto, dio pruebas suficientes de vida con posterioridad a su supuesto asesinato.

Creonte ordenó que el cuerpo de Polinices, hijo de Edipo, permaneciera insepulto porque quería que el escarmiento espectacular de las aves devorando su cadáver quedase en la memoria de Tebas. En la gesta de Antígona, Sófocles narra que esa mujer lucho hasta la muerte contra tal arbitrariedad. Al final la tragedia cayó sobre Creonte y sobre todo Tebas, que en vez de abrazar la verdad habían optado por el espectáculo.

Ricardo Raphael

@ricardomraphael

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Ricardo Raphael
  • Ricardo Raphael
  • Es columnista en el Milenio Diario, y otros medios nacionales e internacionales, Es autor, entre otros textos, de la novela Hijo de la Guerra, de los ensayos La institución ciudadana y Mirreynato, de la biografía periodística Los Socios de Elba Esther, de la crónica de viaje El Otro México y del manual de investigación Periodismo Urgente. / Escribe todos los lunes, jueves y sábado su columna Política zoom
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