
El mercado de la desinformación es cada día más grande y lucrativo. Cotidianamente interactuamos con perfiles ficticios en las redes. Son robots diseñados para manipular y engañar a la opinión pública.
Uno de esos robots abrió una cuenta en la tienda digital Amazon, con un nombre de mujer pagó un juguete sexual y luego envió el regalo a casa de un sujeto que competía por un cargo de elección popular.
La esposa enfureció, el episodio se hizo público y el candidato salió de la contienda.
Cécile Andrzejewski es una de las cien periodistas asociadas para investigar el funcionamiento, en todo el mundo, del negocio de la información fabricada. Una industria que utiliza cualquier arma a su disposición para manipular a la opinión pública.
El martes 5 de septiembre de 2017 la periodista india Gauri Lankesh fue asesinada en su casa por dos sujetos que, antes de huir en una motocicleta, le dispararon cuatro tiros.
Horas antes Lankesh había escrito un editorial titulado “En la era de las noticias falsas” el cual trataba del uso intensivo que el partido del primer ministro de la India, Narendra Modi, el BJP, hizo de las fábricas digitales de mentiras para ganar el favor de la opinión pública.
En revancha, la periodista fue atacada de manera furibunda en las redes sociales por el hinduismo nacionalista. Fue una tragedia cuando las amenazas terminaron cumpliéndose en la realidad.
Inspirada en esta historia, la organización Forbidden Stories decidió coordinar a una treintena de medios en todo el mundo y a un centenar de profesionales del periodismo para continuar con la tarea que le arrebató la vida a Lankesh.
Esta iniciativa vio la luz el jueves de la semana pasada, con una larga serie de piezas de investigación publicadas, bajo la etiqueta general de “Asesinos de Historias,” en medios como The Guardian, Le Monde, Proceso, The Observer, Washington Post, Radio France, El País o Der Spiegel, entre muchos otros.
Este esfuerzo desnuda las prácticas más comunes entre los piratas de la información. Destaca un personaje conocido en el submundo de los asesores de la desinformación como “Jorge”, cuyo nombre real sería Tal Hanan. Se trata de un ex integrante de las fuerzas especiales israelíes que mutó para convertirse en un exitoso empresario de la des-comunicación.
Como consultor Hanan habría participado en 33 campañas presidenciales, en distintos países, de las cuales 27 resultaron exitosas. La periodista Andrzejewski y otros integrantes del consorcio lograron hacerse pasar por clientes necesitados de la asesoría de “Jorge” y gracias a ello obtuvieron una idea bastante precisa de los servicios que, desde Israel, provee su consultoría.
Ese negocio provee “inteligencia artificial a la demanda”. Es decir, trajes a la medida para crecer reputaciones, o bien, para destruirlas, gracias a los avances tecnológicos más sofisticados.
“Jorge” dijo a sus clientes encubiertos que contaba con más de 300 mil perfiles falsos en las redes sociales tales como Twitter, Facebook o Instagram. Se trataría de bots semi automáticos fáciles de programar para que interactúen con las personas usuarias reales. Una verdadera fuerza armada reinventada para cada campaña.
Los reporteros Damien Leloup et Florian Reynaud, asociados en el mismo consorcio, confirmaron que la empresa de “Jorge” ha trabajado en países asiáticos, en Europa, en África y en América Latina. También aseguran que tiene negocios en México.
Entre los clientes de Hanan estuvo el ex director de la Agencia de Investigación Criminal mexicana, Tomás Zerón de Lucio. Afirma Andrzejewski que, cuando este funcionario tuvo la responsabilidad de resolver el caso de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, habría contratado los servicios de la empresa de Hanan para que le ayudara a remontar su imagen dentro de las redes sociales.
La relación entre Zerón y “Jorge” podría explicar, entre otras razones, que el primero haya escogido Israel para refugiarse.
Otra pieza interesante es la que publicó la periodista Léa Peruchon respecto a un empleado de otra empresa dedicada a la desinformación y que en el texto se identifica como “Eduardo”.
Se trata del gerente de proyectos en una sociedad transnacional de comunicación que ofrece, según sus propias palabras, todo tipo de servicios. “¿Cómo funciona una campaña de manipulación?,” interroga Peruchon.
“Eduardo” responde que es el cliente quien define las necesidades. Éstas van, desde modificar páginas en Wikipedia, desacreditar información negativa, sembrar artículos en la prensa o pagar a pseudo-periodistas para que escriban por encargo.
“Eduardo” cuenta que cuando llega a un nuevo país compra cientos de tarjetas SIM y teléfonos que no puedan rastrearse, también decenas de computadoras que al terminar el contrato irán a dar a la basura.
Afirma que crear perfiles falsos en la red es una tarea similar a la invención de un personaje literario. Hay que saber cómo se llama, cuál es su biografía, sus preferencias, los temas que le interesan. Solo así será creíble a la hora de ingresar a los foros de discusión y volverse influyente.
Su empresa es experta en crear debate o destruirlo, en generar etiquetas (“hashtags”) que jalen la atención. Lo mismo pueden manipular los buscadores como Google para que los datos favorables de sus clientes sean lo primero que aparezca cuando la gente investiga sobre tal o cual tema.
Mathieu Tourliere de Proceso publicó una de las investigaciones más sorprendentes. Se trata de una empresa denominada Eliminalia, la cual se encarga de desaparecer información indeseable para sus clientes. Afirma este periodista que entre los usuarios de esta empresa se cuentan personajes como el senador suplente Pedro Haces o los ex gobernadores Humberto Moreira y Javier Duarte. También integrantes del crimen organizado contratarían estos servicios para asegurarse de que su nombre y el de su familia, así como sus actividades, salgan del radar de internet.
“Borramos su pasado”, sería la oferta de esta empresa de origen europeo.
El uso de noticias falsas como arma política no solo destruye la verdad, también dinamita el diálogo, genera violencia y lesiona seriamente a las instituciones democráticas.
Esta investigación de Forbidden Stories alerta sobre la amenaza que estas armas contemporáneas de desinformación imponen sobre la libertad de expresión y el periodismo.
Ricardo Raphael
@ricardomraphael