En marzo de 2015, Kraft y Heinz anunciaron que se fusionarían. Explicaron que al juntar estas dos empresas —ambas con extraordinarios portafolios de marcas— estaban creando la quinta compañía de alimentos más grande en el mundo.
“La naturaleza complementaria de los dos portafolios de marcas presenta una oportunidad significativa de sinergias, lo que se traducirá en mayores inversiones en mercadotecnia e innovación”, añadieron en un comunicado.
Al mundo empresarial le encantan este tipo de medidas. Las compras y fusiones se ven como una estrategia que permitirá a las partes lograr beneficios de escala, y con ello mayor relevancia. Podría ser que les diera más poder de negociación con sus proveedores, eficiencias en la adopción de tecnología y de su infraestructura, y en ocasiones, hasta beneficios en el nivel de bursatilidad de las acciones de la empresa.
Todo eso es cierto. Sí funciona, y sí genera valor. Pero no siempre, no todo el tiempo, y no en todos los casos.
La semana pasada nos enteramos que, 10 años después de la fusión, Kraft y Heinz están ahora ‘divorciándose’. Sus directivos ahora consideran que hace más sentido regresar a ser dos empresas distintas. Y es que cuando se fusionaron, proyectaron que inmediatamente serían una empresa con ventas anuales de más de 28 mil millones de dólares. Una década después, los ingresos anuales rondan 25 mil millones. O sea, no solo no han crecido —han decrecido. Esto se refleja en el precio de su acción, y de haber logrado una capitalización de mercado de 117 mil millones de dólares en 2017, la empresa actualmente vale como 30 mil millones.
En el nuevo comunicado, donde sus directivos ahora explicaron el por qué de la separación, el mensaje es la necesidad de enfoque.
“La separación está diseñada para maximizar las capacidades y marcas de Kraft Heinz al mismo tiempo que reduce la complejidad, permitiendo que ambas nuevas compañías asignen recursos de manera más efectiva a sus prioridades estratégicas específicas”, aseguran.
Al mundo empresarial también le encantan este tipo de medidas.
Lo que está haciendo Kraft Heinz es lo mismo que hizo hace un par de años Kellogg’s, que también decidió partirse en dos empresas distintas. Keurig Dr Pepper está en proceso de hacer lo mismo.
En nuestro país también abundan ejemplos. Hace tiempo lo hizo Televisa, cuando separó los negocios de cable y telecomunicaciones, de los de noticias y de futbol —quedaron tres empresas distintas, en este caso. En Monterrey, Grupo Alfa recientemente terminó de separarse en empresas independientes entre sí. Grupo Hérdez anunció en abril que separaría su división de Impulso, donde agrupan las cadenas que compraron a lo largo de los últimos 15 años, incluyendo a Nutrisa y a Chilim Balam. Y claro, está el gigantesco caso de Citi y Banamex, que después de haber sido un mismo banco por 25 años, este año volvieron a ser dos instituciones distintas.
En todos los casos se habló de enfoque, de transparencia para los inversionistas y de menor complejidad.
En fin. Al mundo empresarial le encantan las transacciones para hacerse más grandes, y también las que sirven para “reenfocarse”. Y le encantan también a los banqueros, abogados y asesores que cobran por diseñar y ejecutar estas estructuras (y también a los medios, a quienes nos dan mucho tema de qué hablar).