Es que no sabes qué privilegio es para nosotros poder trabajar con él”, me insistía uno de los ejecutivos. “El simple hecho de que la empresa esté bajo su liderazgo en una época tan compleja es un gran activo para esta organización. Tiene una visión que va más allá, nos reta a que logremos lo imposible, y con su intuición identifica las tendencias antes de que sucedan. Ah, y es una persona supersencilla, siempre preocupado por sus empleados, muy humano”.
O sea, todo un estuche de monerías.
Quizá esas no sean las frases exactas de lo que me comentó aquel ejecutivo, pero tampoco están muy lejos de lo que expresó en aquella reunión. Realmente se trataba de alguien con un profundo sentido de admiración hacia el CEO de la empresa que le daba empleo. Estamos hablando de una empresa controlada por una familia, y donde el CEO fue el elegido de entre los integrantes de la siguiente generación.
Me hubiera encantado entrevistar a ese inigualable y tan admirado CEO. Pero los ejecutivos rápidamente me aclararon que eso no sería posible: “Es que él es una persona de muy bajo perfil”. Ah.
En esta columna hemos hablado ya del gran escudo que usan los empresarios mexicanos para sacarle la vuelta a la incomodidad de exponerse: “Es que aquí preferimos mantener un bajo perfil” es la respuesta automática cada vez que buscamos a los empresarios detrás de las empresas más grandes en este país.
En mi obsesión con el tema de ese “bajo perfil”, este año me di cuenta de otra cosa. Es común que esos importantes empresarios estén rodeados de personas que sienten una profunda admiración por ellos y que, por tanto, estén aplaudiéndoles y festejándoles cada “idea visionaria” que se les ocurre. Suele ser también que estén sentados sobre organizaciones que llevan años siendo muy relevantes, rentables y con ventajas competitivas que les ofrecen una cierta protección ante nuevos jugadores o amenazas (a veces gracias a circunstancias regulatorias o barreras de entrada relacionadas con el tamaño de las inversiones acumuladas a través de décadas).
¿Será realmente que se trata de genios empresariales, visionarios, extraordinarios líderes con capacidad de ejecución? Quizá. Quizá no.
Pero en el fondo no sabemos. No sabemos, porque no aparecen en público. Porque no dan entrevistas y fuera de su círculo de fans (o sea, de sus empleados) nadie los ha escuchado hablar sobre su estrategia de negocio, sobre la visión que tienen de su industria, o sobre los objetivos que pretenden lograr en un mediano plazo. Es probable que nadie les cuestione acerca de esto.
Esconderse detrás de un “aquí somos de bajo perfil” es una postura perfectamente válida y entendible, pero vaya que se ha abusado de ese concepto. ¿Dónde está la línea entre ‘bajo’ y ‘alto’ perfil? ¿No existirá un punto medio? Porque una cosa es no querer tener una presencia pública en medios masivos y convertirse en una persona que todo mundo reconozca, y otra muy distinta es explicarle a una audiencia especializada y selecta por qué tomaste una determinada decisión en tu empresa o qué piensas hacer ante los cambios en tu industria.
Es más cómodo no exponerte, sí. Es más padre que todo mundo te vea con ojos de admiración y que no tenga ninguna duda de la genialidad de tus ideas y de tu visión.
Este año yo termino con dudas. Ya no sé si creer que algunos de estos “empresarios de bajo perfil” eligen no dar entrevistas por una razón estratégica, o si es simplemente un tema de comodidad (¿flojera?)… o si es que no quieren que alguien descubra que no son los genios que sus empleados los hacen sentir que son.