¡Ni una muerta más!... Es el clamor de todas la mujeres, que exigen a las autoridades nuevas estrategias y atención para evitar más feminicidios.
Seguramente muchas víctimas aún estarían con vida, si las autoridades hubieran atendido con inteligencia y ética sus alarmantes quejas.
Como fue el caso de la señora Abril Pérez Sagaón, quien antes de ser asesinada, denunció el infierno conyugal en que vivía.
Su cruel esposo trató de matarla a batazos. También quiso degollarla. Abril denunció a su verdugo. Lo detuvieron. El juez lo dejó en libertad. Todos piensan, hasta sus hijos, que él pagó para que la asesinaran.
Obviamente que el homicida siempre alegará un motivo: que estaba drogado, borracho, enojado o celoso. Sin embargo, ningún pretexto justifica el homicidio de una mujer.
Como fue el estremecedor caso de la menor de 14 años, Perla Rebeca Alvarado Tovar, quien fue asesinada en su propia casa por su ex novio.
Fue precisamente el jueves 25 de febrero de 2016 cuando sucedió la tragedia que causó enojo y preocupación a la sociedad.
Aquella tarde Perla se encontraba en su casa de la colonia Cumbres San Agustín.
Como toda adolescente, la jovencita se encontraba feliz platicando con dos de sus amigos: Daniel Eduardo Cruz y Jorge Alberto Alemán, ambos de 15 años.
Repentinamente tocaron a la puerta. Uno de los amigos abrió. Perla se asombró al ver en la entrada de su casa a César Alejandro de León Delgado, su ex novio.
La chica se molestó por su presencia, pues tenían varias semanas que habían terminado su relación. Sin embargo, lo saludó y le preguntó qué deseaba.
César, quien iba acompañado de su amigo Carlos Omar, con palabras ofensivas le reclamó su infidelidad. Perla le respondió que él no tenía ningún derecho de pedirle nada. Le exigió que se fuera.
Ante el asombro de todos, César sacó de entre sus ropas una pistola de grueso calibre. Le exigió dinero a cambio de no hacerle daño.
La menor asustada le dijo que no tenía, pero que subiría a su recámara para ver cuánto le podía juntar. Subió a la segunda planta. Con sigilo la siguió.
De pronto se escuchó una detonación. César bajó corriendo, llamó a su amigo. Le dijo que la había matado. Ambos criminales saltaron la barda del traspatio y huyeron.
Sin saber lo que había ocurrido, Daniel Eduardo y Jorge Alberto subieron a la habitación de Perla. Con horror la vieron tirada en el suelo con la cabeza ensangrentada.
Aunque Perla era una niña de 14 años, quizá por su inexperiencia se enamoró del chico equivocado. Al conocerse, él le dijo que era estudiante, que tenía 17 años. Ella le creyó.
En los primeros días, al iniciar su noviazgo, todo fue dulzura. Se veían cuando ella iba a la escuela, platicaban por teléfono, por Facebook y también en la puerta de su casa.
César también le dijo que trabajaba y que estaba muy enamorado de ella. Le creyó cuando le enseñó que en su brazo se había tatuado su nombre: Perla
Pero la gente que apreciaba a la adolescente le dijo que César no le convenía, que era vago, vicioso, que tenía malas compañías, que asaltaba y vendía droga.
La familia de Perla también se enteró.
Perla se negaba a creer que su novio fuera un delincuente. Pronto se dio cuenta que todo lo que le decían era cierto y que además tenía 19 años.
Aunque le dolió, Perla habló con César. Terminó su relación. Él le rogó, le juró que no era malo, que la amaba. No la convenció.
César siguió hostigándola, por teléfono, e-mail, por las redes. La buscaba en la escuela, en su casa.
Ella ignoraba que a causa de su indiferencia, un sentimiento criminal estaba anidado en la vengativa mente de César, pero Perla nunca lo supo.
A las pocas semanas de su rompimiento sentimental, César, envenenado por los celos, la asesinó. Era una niña. Aún no cumplía sus 15 años.
Mientras la familia de Perla velaba su cuerpo y exigía justicia, la Policía logró capturar al cómplice Carlos Omar Ledezma. Dio la pista para detener a César.
Para burlar a la policía, César cruzó la frontera. Se refugió en Laredo, Texas. Pronto lo atraparon. Junto con su cómplice los internaron en el penal del Topo Chico.
César Alejandro de León Delgado fue sentenciado a 31 años de cárcel por haber asesinado a Perla. Su cómplice, Carlos Omar, a 27 años.
Luego de recibir su sentencia, con cinismo les dijo a sus compañeros de celda que no se arrepentía, que le había metido un balazo en la cabeza por infiel y porque rompió el juramento de amor.
Después, mirando en su brazo el nombre de su víctima, dijo que como los tatuajes no se borran, la llevaría por siempre en su piel y la seguirá amando hasta que se vaya al infierno.