Política

Tinta china

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No sé si ya conté que una de las pasiones de mi padre era comprar en el mercado grande de Tepito. Desde luego antes de que esas calles y esa parte de la ciudad cayeran en manos del crimen. Caminábamos por la calle de Aztecas alertas, eso sí, “a las vivas”. En la calle nos saludaban Los Gatos, una banda de ladrones de poca monta que consideraba apreciables las compras de mi padre.

En el mercado, mi papá se surtía de trajes de medio uso, finísimos, Rafa; lentes con distintas dioptrías que se probaba y leía las letras más pequeñas del Últimas Noticias, el diario vespertino de la Ciudad de México.

De todas las ofertas que nos hacían mientras caminábamos entre la gente había una que me ponía nervioso. Un hombre pasaba y murmuraba: tintachina, tintachina, tintachina. Sólo años después me fue revelado el secreto: un líquido que te pones ahí en las partes y puedes hacer obra de varón varias veces en una sola noche. Tintachina, tintachina. Le pregunté si la había usado en alguna emergencia erótica. No me respondió, mi padre era un gran evasor, una especie de Houdini de las emociones. Lo encadenabas con un sentimiento duro como el metal y él desaparecía ante tus ojos.

La tintachina me perturbaba, pero el negocio peligroso se llevaba a cabo con Los Gatos. Una mañana terminamos en una vecindad y en un departamento repleto hasta el techo de aparatos de sonido, así se llamaban entonces los tocadiscos. Mi papá se había llevado más de quince o veinte aparatos para revenderlos, extraerles una ganancia y pagarles a Los Gatos.

Todos los amigos de la familia, y no miento, compraron un Fischer, un Telefunken, un Daewoo, siempre de origen sospechoso. Don Pepe hace más de cuatro meses que se llevó los aparatos, ¿cómo va la venta? Mi padre contestaba con una convicción a prueba de balas: te caes de espaldas, ¡todos vendidos! En ocho días cae el dinero. No recuerdo cómo salimos de ese enredo; sí me acuerdo, pero lo contaré en otra ocasión.

Pese a la seriedad de aquel negocio, me perturbaba el conjuro: “tintachina, tintachina”. En nuestros días ese momento clandestino se ha convertido en un hecho transparente, entra usted a una farmacia, pide cialis, de acción prolongada, y sale usted en una alfombra mágica rumbo al paraíso.

No negaré que aún hoy me visita ese misterio: tintachina, tintachina. Obra de varón, genial.

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Rafael Pérez Gay
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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