Sabía leer las estrellas y lo torturaba el amor prohibido. Enrico Martínez, una de las mentes más brillantes del siglo XVII novohispano descubrió que las inundaciones que asolaban a la Ciudad de México eran causadas por el daño que los españoles le habían infligido a la naturaleza. Este cosmógrafo alemán supo demostrar que la deforestación y la erosión de las montañas del Valle de México depositaban tanta tierra en el lago Texcoco que “pronto el fondo del lago estará en el mismo nivel que la ciudad”. Y así fue.
Martins, que así se llamaba de origen, propuso entonces un desagüe: perforar un canal de doce kilómetros para desaguar la ciudad y llevar las inundaciones al noroeste de la ciudad y hasta el río Tula, que fluía hasta el Golfo de México.
El destino le entregó esta vida a Enrico Martínez: nació en Hamburgo alrededor de 1550, de familia protestante alemana. Cuando era adolescente viajó a Sevilla y se convirtió al catolicismo. Años después viajó a París y estudió matemáticas. Después, en España, trabajó como ingeniero, impresor y cartógrafo.
En 1589 partió a México y la Inquisición lo empleó como intérprete para casos relacionados con supuestos herejes alemanes, holandeses que habían entrado en la oscuridad del clandestinaje a comerciar en la Nueva España.
Enrico Martínez se apropió de la imprenta de un holandés acusado de pecados nefandos por la Inquisición. Así fundó Martínez la primera editorial en forma de la Nueva España. Sí, mediante un robo. Imprimió más de cincuenta libros religiosos y técnicos.
Sesenta mil indígenas iniciaron el trabajo del desagüe cuando a Martins lo tocó la maldición de una mulata y la pasión lo enredó con sus redes de fuego. Así pasa: dos sueños que se destruyen uno a otro.
El tiempo de la gran obra del desagüe le dio tiempo para la gran obra del amor. Los paraísos duran menos que una noche apacible. Un invierno extraño y húmedo desató una tormenta que llevó las aguas del lago de Texcoco hasta las murallas. La ciudad quedó dos metros bajo el agua. No pocos sueños terminan en catástrofes, el de Enrico Martínez, uno de ellos. Los barrios indios desaparecieron, los españoles buscaron refugio en los pisos altos, la única zona seca fue la Plaza Mayor, le llamaron la Isla de los Perros por los miles de animales hambrientos que allí se refugiaron.
En una barca, Enrico Martínez buscaba, entre animales muertos, a la mulata de su vida.