He regresado al cuarto donde estaba el cajón de madera de la televisión Admiral de bulbos y cinescopio de mírame y no me toques. Se había estropeado dos o tres veces y la acariciábamos para rogarle que siguiera a adelante. Sí, hablo de la televisión, la reina de la casa de mi infancia y adolescencia.
Luis Echeverría invitaba a la “apertura democrática”, Brasil se coronaría con un equipo de ensueño en el Mundial de Futbol, Gustavo Díaz Ordaz se despedía envuelto en una nube de soberbia y odio, y en casa todo era un caos sin ton ni son.
No teníamos tocadiscos, así se llamaba, pero nos las arreglábamos para oír en el radio a Enrique Guzmán: y dame, dame, dame, dame, felicidad, que solo tú, me puedes dar.
Era el año de 1970 y en ese cajón vimos a José José cantar “El Triste” en el festival de la OTI, el himno de Roberto Cantoral con el que se inició la trayectoria de éxitos de un joven de Claveria tocado por la maldición de un don.
Cautivada, mi madre reconoció de inmediato en ese muchacho a un gran cantante. Pocas veces la vi tan entusiasmada por algún asunto de la farándula, así le llamaba ella a la frivolidad de las figuras de la televisión.
Confieso que aquella emoción fue un grillete. Nunca más me abandonó el Príncipe. Lo seguí sin parar, disco tras disco. Las canciones que Rafael Pérez Botija y Manuel Alejandro, Napoleón o Juan Gabriel le entregaron a la portentosa voz de José José crearon una sensibilidad y una época.
Gané la partida. Durante años, en la alta madrugada de nuestras juergas, mis amigos y amigas se quejaban porque mientras todos gritaban como locos yo quitaba el disco de un gran grupo de rock y ponía a José José.
Insultos por mi mal gusto. Juro por mi madre que esos mismos amigos terminaron cantando en coros exaltados algún éxito de José José.
Sí: “El Triste” me recuerda a mi madre. Por lo demás, reconozco en “Volcán”, de Rafael Pérez Botija, una gran canción. Me la sé completa: “besabas como nadie se lo imagina, igual que una mar en calma, igual que un golpe de mar, y siempre te quedabas a ver el alba, y a ser tu mi medicina, para olvidar”.
Una medicina para olvidar.
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