Pensar y hablar de solidaridad, de bien común, de justicia y de otros principios y valores sociales sin duda es algo que puede contribuir a vivir de acuerdo a ellos, pero es claro que en este caso el refrán popular que enseña que “del dicho al hecho hay mucho trecho” describe bien que las dificultades que se hallan en la vida diaria son una fuerza que impide ser coherentes con la pauta ideal que esos principios nos marcan.
A veces decimos que los principios y los valores hay que aplicarlos a la vida diaria y esto me parece correcto, pero creo que la naturaleza de ellos queda mejor reflejada si nos damos cuenta que más que aplicarlos se trata de vivirlos. Si usamos el término “aplicar” puede quedarnos la idea de que son algo exterior a nosotros, como un utensilio que vamos a usar, cuando estos principios y valores ante todo parten de nuestro interior.
Hay un paso que dar de la reflexión, o incluso de la intuición, de lo que es socialmente bueno, que no por ser social se desvincula de las determinaciones personales, y la decisión real de actuar en consecuencia. En ella juegan también su papel valentías y temores, consecuencias graves o leves, relaciones con los demás y otros factores. Existe sin embargo una dificultad previa en muchos casos: la de no saber qué hacer o cómo hacer lo que conviene.
Si la persona sabe lo que tiene que hacer, entonces la buena decisión depende de sus cualidades morales, de su virtud. Por eso se admira a las personas que se deciden y perseveran en buscar el bien que se han propuesto, aunque ese bien sea arduo de obtener, y se mantienen así a pesar del cansancio, de las dificultades y hasta de los peligros.
Por otra parte, muchas veces nos encontramos en situaciones en las cuales nos resulta difícil descubrir el camino y no sabemos ni qué ni cómo hacer algo. Sobre todo esto sucede cuando los alcances de nuestras acciones parecen muy pequeños ante las dimensiones de un determinado problema. Desde este punto de vista nos damos cuenta de que, además de apoyarnos en los principios y en los valores, necesitamos descubrir los caminos para hacerlos vida real, para que no queden como ideales utópicos que no existen, que no se viven, en ninguna parte.
Vivir los principios y valores significa entonces que, además de la convicción, la persona conozca, al menos en cierta medida, la realidad social en la que vive, conozca la forma y los procesos de las relaciones humanas, cómo actúan las personas, así como los grupos e instituciones. El encuentro de sus principios y valores con la realidad social le permitirá, según sus fuerzas y capacidades, vivirlos y colaborar al bien de todos.