Todos los años, a lo largo y ancho de nuestro planeta, ocurren desastres provocados por fenómenos naturales, como terremotos, huracanes, inundaciones, pandemias y otras cosas similares. La humanidad, como conjunto de seres humanos, ha sobrevivido pero a costa de un aprendizaje secular que, sin embargo, no nos libra de ellos totalmente, porque rebasan nuestras fuerzas y tecnología. En el marco de cada desgracia de este tipo, de diferentes modos aparecen también pretendidas explicaciones que atribuyen directamente las consecuencias no a la fuerza de los fenómenos, sino a la maldad humana, quiero decir, se busca un culpable.
Si bien puede ser cierto que en ocasiones se dan negligencias y descuidos por falta de responsabilidad e interés, es cierto también que parece que el sentido de frustración esparcido en la sociedad a causa de este tipo de eventos parece “resolverse” cuando se encuentra un “chivo expiatorio”, alguien a quien se culpa de los hechos. Sucede que ante la presencia de un mal serio, se activan el miedo o la ira en orden a evitarlos, y la tristeza, si no fue posible librarse de él. Además, los seres humanos tenemos un sentido de justicia, de que cada quien reciba lo que merece, de modo que, dado un mal, consideramos necesario que sea compensado con las penas correspondientes; pero establecer responsabilidades no es lo mismo que buscar con quien desquitarse.
Por otra parte, y esto en cambio es alentador, ante los desastres también suele activarse el sentido de solidaridad de las personas. Muchos son los que colaboran para atender a las víctimas sin ningún interés, no solamente a nivel de gobiernos e instituciones, sino por iniciativas particulares y de pequeñas agrupaciones. Ha de reconocerse al mismo tiempo que se dan también actos de rapiña y abuso.
Son dos pues los puntos destacados la solidaridad y la justicia. La primera se basa en el reconocimiento de los demás como semejantes a nosotros, de modo que nos situamos humanamente cerca los unos de los otros, nos constituimos prójimos, como el samaritano de la parábola. La segunda implica un juicio que no es sencillo y que no puede depender de las pasiones, porque atribuir culpas a quien no las tiene haciendo las debidas distinciones y gradaciones, solo genera lo contrario de la justicia que pretendidamente se busca.
Tanto la solidaridad como la justicia son virtudes, es decir fuerzas interiores que nos inclinan al bien y que es necesario ejercitarlas para que crezcan. La construcción de una mejor sociedad depende de ello.