Entre las categorías más generalizadas en los análisis políticos y sociales que se suelen manejar para clasificar a los actores de tales escenarios están las de conservador y progresista, o términos que más o menos reflejan la misma idea. A primera vista se diría que los unos buscan conservar o mantener sin cambio las cosas, mientras que los segundos buscan dejarlas atrás, es decir, cambiarlas. Sin embargo en la realidad la cuestión resulta mucho más complicada, porque lo que hay que determinar es qué es lo que se quiere conservar o lo que se quiere cambiar, y esto lleva a muchas realidades en las que alguien que quiere cambiar algo puede ser que no quiera cambiar otras cosas.
Ante el cónclave de los cardenales que se aproxima para la elección del sucesor del papa Francisco en la guía de la Iglesia Católica se habla y se proponen posibilidades y probabilidades como para “adivinar” quién habrá de ocupar la sede pontificia. Las mencionadas categorías aparecen mucho en los análisis y comentarios, pero conviene entonces preguntarnos alrededor de qué punto giran las preguntas sobre qué conservar o qué cambiar.
En realidad, la Iglesia a través de los siglos ha tenido que responder una y otra vez a preguntas similares. Ninguna realidad puede cambiar totalmente porque eso significaría su desaparición, pues el cambio más radical es el del ser al no-ser, a la nada. Por otro lado, en un universo cambiante, que con todo sigue existiendo, ya que no pasa al no-ser, algo no puede permanecer sin cambiar, pues eso significaría su destrucción. La Iglesia, para seguir existiendo, tiene que conservar algo y tiene que cambiar algo.
Ahora en el tiempo pascual, la Iglesia lee los “Hechos de los apóstoles”, donde puede observarse cómo se desarrollaban las primeras comunidades cristianas. En ellas procuraban, naturalmente, mantener el mensaje y la forma de vida de Jesucristo, pero se ve cómo tenían que adaptarse a las situaciones que siguieron a los eventos pascuales. Más tarde se aprobaban cosas y se rechazaban otras, en la dinámica de adaptación, de conservación y de cambio a través de la historia.
El cristiano siempre tiene algo de conservador y algo de progresista. Si se trata de la Iglesia ella, para mantenerse fiel en su ser, debe referirse constantemente a la Tradición (no a tradiciones sino al legado de los apóstoles que debe conservar), pero también a la adaptación, ya que lo que para un tiempo pudo servir para transmitir el Evangelio, puede no servir en otro tiempo o en otro lugar.
La cuestión de la sucesión de los pontífices no se centra en posiciones económicas o políticas, aunque esas realidades puedan considerarse bajo la perspectiva de la doctrina cristiana, sino a un asunto de fe y vida que tiene que adaptarse al mundo de hoy manteniéndose siempre la que los apóstoles transmitieron.