El pasado mes de octubre el papa León XIV publicó su encíclica "dilexit te", sobre el amor a los pobres. No es de sorprender que toque este tema, puesto que no solamente el papa Francisco, su predecesor en la sede pontificia, sino toda la doctrina social de la Iglesia, desde el comienzo de su sistematización en el siglo XIX con León XIII, ha tratado directa o indirectamente del tema.
En realidad los antecedentes del tema de la pobreza son anteriores a los evangelios y al Nuevo Testamento. Los textos del Antiguo Testamento hablan de los "pobres del Señor", tomando a la pobreza no solamente en sentido material o económico, sino para indicar a aquellos que, aún siendo escasos de bienes y de poder, cumplían los preceptos divinos.
Con Jesucristo al tema de los pobres se le pone mucho relieve y de ello dan testimonio los evangelios y los escritos del Nuevo Testamento. Pablo recuerda que los apóstoles le pidieron precisamente que no se olvidara de ellos.
El tiempo de los llamados Padres de la Iglesia también ofrece muchísimos testimonios de la preocupación por los pobres. Baste recordar el caso de Juan Crisóstomo, que se atrevió a llamarle la atención a la esposa del emperador a causa de sus lujos excesivos.
Las obras en favor de los más necesitados son una constante en las vidas de los santos en la Edad Media, en la época moderna y en la contemporánea, así como en las reflexiones de los teólogos.
Ya mencionamos el tiempo de la sistematización de la doctrina social, pero es claro que el tema y su dimensión práctica no son novedades para los creyentes.
Me gustaría destacar unas palabras que me llaman la atención del nuevo documento pontificio: "Al compromiso concreto por los pobres también es necesario asociar un cambio de mentalidad que pueda incidir en la transformación cultural".
En el fondo, lo que se nos indica es que para cambiar la situación social se requiere ante todo el cambio en nuestros propios corazones.