Cultura

“Tú y las nubes”

“Tú y las nubes” es una canción de la primera etapa de José Alfredo, se grabó en 1954 y tuvo la suerte de ser interpretada por grandes cantantes como Pedro Infante, Luis Aguilar, Vicente Fernández, entre otros. La anáfora de las dos primeras estrofas le debe haber gustado mucho a Pedro, ya que él siempre quiso ser piloto. “Ando volando bajo” es un verso que nos permite volar planeando: “…le gusta volar bajito como un gorrión”, canta Serrat.

El tema es de la primera etapa de José Alfredo Jiménez. Especial
El tema es de la primera etapa de José Alfredo Jiménez.Especial

“Ando volando bajo, mi amor está por los suelos y tú tan alto, tan alto mirando mi desconsuelo, sabiendo que soy un hombre que está muy lejos del cielo. Ando volando bajo, nomás porque no me quieres y estoy clavado contigo; teniendo tantos placeres, me gusta seguir tus pasos habiendo tantas mujeres…”.

Buscar las metáforas echando mano de los símbolos cósmicos no es una manía del poeta, lo veo más bien como parte de su propia cosmovisión, como una manera de nutrirse de la riqueza que está en el universo, de esos objetos tangibles o intangibles que nos rebasan, a veces, por ser inalcanzables, otras, por el resplandor que dejan dentro del poema. Las nubes, sin embargo, se escapan entre los dedos, aunque, en ocasiones, parecen de una densidad insoportable. “Tú y las nubes” es un título que despierta la curiosidad del oyente.

Ricoeur afirma que: “Nunca se termina de decir el cielo”. Lo dice porque sabe que esos símbolos son una matriz de manifestaciones simbólicas. Agrega: “…el sol, la luna, las aguas, es decir unas realidades cósmicas, son las primeras que son símbolos…”. Lo anterior nos ayuda a entender la razón por la cual el compositor se inspira en las realidades cósmicas al escribir sus canciones.

“Tú y las nubes me traen muy loco, tú y las nubes me van a matar, yo pa’rriba volteo muy poco, tú pa´bajo no sabes mirar”.

El estribillo es muy luminoso a pesar de la densidad de las nubes que obnubilan, literalmente, la conciencia o la inteligencia emocional del personaje. Hace apenas unos meses leí en este diario una reflexión de Ana García Bergua sobre las nubes y, así, sin mediación, me fui volando a las letras de las canciones de mi padre que mencionan las nubes. Debo platicarles primero, que solíamos viajar por tierra con mucha frecuencia. Cuando yo era niña había muy pocas supercarreteras, los caminos eran estrechos y con muchas curvas. De modo que papá acostumbraba entretenernos haciéndonos mirar el paisaje o pidiendo que buscáramos figuras entre las nubes. El juego de encontrar semejanzas en la sutileza de las gazas celestes me gustaba de manera particular. Casi siempre las más representativas eran imágenes de osos, elefantes, ballenas, conos de helado, payasos, la cara de algún pariente o conocido… El viento hacia viajar a las nubes y así su forma se distorsionaba o simplemente cambiaba al ritmo de la velocidad de la brisa. Era divertido, pero de manera precisa hacía que el tiempo pasara sin darnos cuenta. Ahora, este recuerdo me transporta a otros versos que están en la canción, La vida es un sueño: “Pa’ mi las nubes son cielo, pa’ mi las olas son mar, pa’ mi la vida es un sueño y la muerte el despertar…”.

Es inevitable pensar que José Alfredo evoca en estos versos a Calderón de la Barca, quizás debido a que fue el poeta al que José Alfredo leyó con cuidado y atención, pues mi madre le regaló el libro de La vida es un sueño. Ver las nubes como cielo me lleva de nuevo a Ricoeur, pues no podemos deslindar el vínculo que estas viajeras volubles, que no detienen su andar, establecen con el cielo. Son caprichosas, lloran cuando menos te lo esperas y a veces es tan estrepitoso su llanto, que pueden provocarnos conatos de diluvio o bombardeos de granizo; pero sí están ligadas al cielo, son cielo y nunca terminaremos de decir lo que el cielo es; recordemos que para los griegos tuvo distintas manifestaciones: Urano, dios primordial, Zeus y Hera, la pareja empírea que vive en estrecha compañía de las Néfeles, ninfas que representan las lluvias y las nubes.

En “La Sota de copas”, José Alfredo hizo esta referencia: “Un cielo lleno de nubes no deja pasar el sol y este amor que yo te tuve, con tanto orgullo que tienes no te llegó al corazón”. Aquí, el poeta nos propone un cielo verdaderamente encapotado porque la ausencia del sol, el símbolo cósmico por excelencia, es evidente. Sin embargo, sugiero escuchar la canción completa, porque este corrido salta del canon en múltiples aspectos, aunque el autor salpica algunas estrofas con la clásica moraleja, como podemos apreciar en estos últimos versos que cierran el tema.

No puedo dejar de lado la segunda estrofa de una de sus primeras canciones, “Día nublado”: “Fuiste mi cielo más con el tiempo mi cielo en nubes se convirtió y un día nublado con mucho viento, entre otras nubes, se me perdió…”.

Apreciemos de nuevo como el autor vuelve a fusionar el cielo con las nubes, de manera tan simbiótica que ambos son lo mismo o algo inseparable.

Para no perder el vuelo y que nadie dude que andamos en las nubes, terminemos cantando: “Si nos dejan, buscamos un rincón cerca del cielo; si nos dejan, hacemos con las nubes terciopelo. Y ahí juntitos los dos, cerquita de Dios, será lo que soñamos. Si nos dejan, te llevo de la mano, corazón, y ahí nos vamos…”.


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Paloma Jiménez Gálvez
  • Paloma Jiménez Gálvez
  • paloma28jimenez@hotmail.com
  • Estudió la maestría en Letras Modernas en la Universidad Iberoamericana, y es Doctora en Letras Hispánicas. Desarrolló el proyecto de la Casa Museo José Alfredo Jiménez, en Dolores Hidalgo, Guanajuato. Publica su columna un sábado al mes.
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