
Por diferentes razones, las últimas tres semanas he tenido diálogos, lecturas o reuniones que se relacionan con el tema de la figura paterna, enlazando mis días con asuntos sobre papá o bien con sus canciones; culminando el pasado domingo, por decirlo de algún modo, con la celebración del Día del Padre, día que recibí un documental muy particular dedicado a José Alfredo. Es una producción para Radio Ibero realizada por José Antonio Farías, que tiene la intención de festejar a los papás mostrando una serie de canciones del compositor, interpretadas en distintos ritmos, con versiones especiales que van del bossa-nova al rock and roll. Siempre agradezco estos regalos de la vida a los que Carl Jung llamó fenómenos de sincronicidad.
Acababa de terminar la lectura del texto que Juan Villoro escribió sobre su padre, titulado “La figura del mundo”, en el que aborda un tema complejo en donde la memoria y los sentimientos se cuelan por un tamiz de redes sensibles que, a veces, confunden al autor o lo dejan malherido. Comenta Villoro: “Cada hermano tiene un padre diferente; escribo del que me tocó en suerte y, sobre todo, del que he elaborado a lo largo de sesenta y seis años”.
“Cómo puedo pagar que me quieran a mí por todas mis canciones, ya me puse a pensar y no alcanzo a cubrir tan lindas intenciones…”.
A través de este medio he podido, durante casi tres años, escribir sobre la lírica y el mundo de mi padre desde diferentes aspectos, recordando anécdotas, vivencias, historias y narraciones que he ido recuperando gracias a familiares o amigos. En alguna página, Juan menciona que después de la muerte de su padre, hubo personas que se aceraron a él con el fin de comentarle sobre acontecimientos o hechos que habían compartido con Luis Villoro.
“Yo no quiero saber que se siente tener millones y millones, si tuviera con qué compraría para mí otros dos corazones…”.
Señalo que, en múltiples ocasiones, a mí me ha sucedido lo mismo. A lo largo de casi 50 años, el próximo 23 de noviembre se cumplirá medio siglo de su partida física, he conocido un sinfín de gente que me ha platicado sus experiencias o encuentros con mi padre. Hay muchas que refuerzan el rasgo de la generosidad, muy característico en él; otras que se inclinan a hablar del ambiente festivo o de parranda; unas más, sobre su personalidad reservada o introvertida y, una que otra, se atreve a decirme que a ella le dedicó tal o cual canción.
“Y si quieren saber de mi pasado, es preciso decir otra mentira: les diré que llegué de un mundo raro, que no sé del dolor, que triunfé en el amor y que nunca he llorado”.
Escribe Juan Villoro: “No es fácil llegar al mundo con alguien que pretende estar en otro mundo, pero se puede vivir con ello, e incluso se puede valorar esa peculiar manera de existir.” José Alfredo también vivía en esos dos planos, que no siempre coinciden y que, por ende, son contradictorios. A veces parecía esfumarse, estaba, pero en una realidad diferente de la nuestra, aunque pudiéramos verlo; por eso mamá, desde muy pequeños nos había advertido: su papá está trabajando, está escribiendo canciones. Sabíamos que no había que disturbarlo. Aprendimos a respetar esos momentos de ausencia presente, a mí me gustaba observarlo, a pesar de que entonces no entendía cabalmente lo que hacía José Alfredo al abstraerse.
“…para hacerlos vibrar y llenar otra vez sus almas de ilusiones y poderles pagar que me quieran a mí y a todas mis canciones”.
Papá pasaba mucho tiempo en la casa cuando no andaba de gira, por eso mis amigas tuvieron la oportunidad de convivir en varias ocasiones con él. Le gustaba tomar café con nosotras cuando volvíamos de los exámenes de la secundaria, platicar de lo que estábamos aprendiendo y de los temas de aquellas pruebas que a nosotras nos ponían tan nerviosas. Jenny siempre lo hacía reír contándole chistes o imitando a alguien. Era curioso que estuviera ahí cuando los demás padres tenían que estar en una oficina. Por lo general, leía el periódico y recortaba las notas en donde lo mencionaban. A la casa llegaban el Excélsior y el Novedades; el Esto, por lo regular lo traía Benjamín Rábago o se lo comprábamos a Elvira en el puesto de la esquina, porque José Alfredo era muy aficionado al box, al futbol y a los toros.
Me identifiqué con Juan en donde cuenta: “Cuando entré a la escuela descubrí que había tres modos de catalogar a los padres: su equipo de futbol, la marca de su coche y el oficio al que se dedicaban… ‘Mi padre estudia el sentido de la vida’. Esta respuesta era recibida con el respetuoso silencio que provoca el sinsentido. Luego suscitaba otras interpretaciones. Mis amigos imaginaban que mi padre buscaba el sentido de la existencia en las cantinas, bebiendo tequila al compás de los mariachis”. Por suerte, yo no necesitaba dar respuesta a esas elucubraciones, me bastaba con ponerles un LP en el que mi padre cantara: “Yo me paro en las cantinas y a salud de las ingratas hago que se sirva vino pa’que nazcan serenatas…”.