Primero como estudiosa de Letras durante su doctorado y luego como hija, la autora encuentra en un cuaderno de canciones “rastros del padre amoroso y sentimental que tengo; 300 hojas de la ternura que aprisiona su corazón”
Hace algunos años, cuando estaba cursando el doctorado, recuerdo que el doctor Samuel Gordon nos impartía un seminario en el que revisábamos los diferentes métodos con los que podíamos abordar la exégesis de los textos. Pasamos varias sesiones analizando manuscritos y mecanoscritos de diferentes autores. Hasta ese momento me di cuenta de la importancia de tener en tus manos, quizás, la primera intención del escritor al narrar un cuento, un párrafo o el capítulo de una novela. Yo ya trabajaba con las letras de las canciones de mi padre y, por lo general, aunque casi todas me las sé de memoria, recurría a escucharlas en algún dispositivo o si me surgía alguna duda, buscaba en el Cancionero completo que habíamos publicado con Océano y Turner en 2002.

Coincidió que Paloma, mi madre, me regaló el libro bitácora que José Alfredo había comenzado a llenar poco después de que se casaron. Sabía que ese cuaderno era una joya que mamá ponía en mis manos, simbolizando en aquel gesto la ancestral alianza que une a los padres con su descendencia. Asumir la alianza significa sellar el compromiso, dándole continuidad a ese legado para que perdure en el tiempo.
El profesor Gordon insistía en que nuestra atención se enfocara en los detalles más insignificantes: tachaduras, indicaciones, cambios de tinta o lápiz, fechas, listas, enumeraciones, modificaciones en el tipo de letra, subrayados… en fin; escudriñar en cada elemento ayudará para que el investigador logre una interpretación lo más objetiva posible.
Con lo aprendido, ahora tendría la posibilidad de acercarme a los manuscritos con una visión diferente, digamos que había adquirido las herramientas que el teórico necesita para abordar su objeto de estudio. De entrada, sabía que no eran los de primera mano, pues ya se observaban características de un trabajo posterior. Pero entre las curiosidades que aparecen, encontré que de las dieciocho canciones que ahí dejó escritas, tres eran inéditas, “Vino y mujeres”, que es la primera del cuaderno, fue musicalizada por Alex Lora en 2003, para el treinta aniversario luctuoso y apareció en el disco XXX, idea y producción de José Alfredo Jiménez Jr., mi hermano.

“Dice la gente que soy un perdido / que voy por el mundo tomando mezcal / esa es mi vida y para eso he nacido / y no creo que haya alguien que me haga cambiar… Vino y mujeres placer de la vida / vino y mujeres me hacen mucho mal / vino mujeres dos cosas que arruinan / pero aunque me arruinen yo quiero tomar”.
Las otras dos son un corrido titulado “Se fue Joselillo”, escrito después de la muerte del torero, que tuvo lugar el 14 de octubre de 1947, según nos cuenta el autor. La tercera es otro corrido que llamó “El rasguñón”, ya que en la última estrofa canta: “Dices que estoy herido por haberte querido / y que a gritos te llama mi enfermo corazón / ven a verlo por dentro pa’ que veas lo que siento / y verás que mi herida no llega a un rasguñón”. Mi padre señala que se estrenó en los micrófonos de la XEX el 26 de abril de 1949 cantando él con el trío Los Rebeldes.

Cuando dejo a un lado la teoría y vuelvo a ser la hija que mira el cuaderno, descubro rastros del padre amoroso y sentimental que tengo, pues hay entre sus trescientas hojas pétalos marchitos que él mismo colocaba, aunque hayan perdido el aroma y el color, me entregan la ternura que aprisiona en su corazón. En otra de las hojas veo al José Alfredo religioso, pues ha guardado la imagen de un Cristo, seguramente para sentirse protegido. Alguna más conserva la mancha del café del desayuno, entonces, me transporta hasta los años 60, a la casa de Martín Mendalde en la colonia del Valle. Veo el escritorio de laca negra en forma de riñón con su sillón forrado en terciopelo verde, algunos periódicos esparcidos, la máquina de escribir dentro de su maletín de tela de mascota negra y blanca, el cenicero con sus colillas apestosas y unas flores dentro del jarrón de porcelana. La libreta bitácora está en medio porque José Alfredo anota algo con su pluma fuente. Puede ser “Yo”, “Ella”, “Un día nublado”, pues esas también están ahí documentadas.

“Ya mis canciones no son alegres / ya mis canciones tristeza son / ya me encontré con el sentimiento / ya me encontré con la decepción. Fuiste mi cielo más con el tiempo / mi cielo en nubes se convirtió / y un día nublado con mucho viento / entre otras nubes se me perdió…”.
Fui testigo también, creo que eso es un privilegio que me otorga cierta autoridad en este proceso en el que he podido, desde la academia, trabajar las letras de las canciones y de repente, salpicar mis temas con algunas de las anécdotas que conserva mi memoria. Una muy especial, es la de “Cuatro caminos”, (se encuentra en el folio 31 del cuaderno) porque con esa canción mi padre le pidió a Paloma que fuera su novia. Con el estribillo le declaró su amor:
“Cuatro caminos hay en mi vida / cuál de los cuatro será el mejor / tú que me viste llorar de angustia / dime Paloma por cuál me voy”.