Cultura

José Alfredo, un padre juguetón


Quizás pocos niños tuvieron la fortuna de haber jugado mucho con sus padres. Mi hermano y yo conservamos recuerdos que nos hacen sentir privilegiados, pues José Alfredo era un hombre juguetón. Creció inventando juegos y parodiando canciones en un tapanco que había en la casa de mis abuelos en Dolores Hidalgo, Guanajuato. Ese espíritu lúdico, por suerte, nunca lo perdió. Cuando Joseal tenía dos años, y yo cuatro, mis padres decidieron construir, al fondo del jardín, un cuarto estudio para que mi padre pudiera trabajar con tranquilidad y sin ruido. Era un espacio que, a mis ojos infantiles, aparecía muy amplio, con ventanales dirigidos hacia las áreas verdes. El recinto quedaba aislado del resto de las habitaciones. “Están haciendo un despacho para papá”, comentaban. Creo que no nos quedaba muy claro el significado de la palabra despacho. No formaba parte de nuestro vocabulario infantil y cotidiano; tampoco oficina, empresa, negocio, administración, etcétera.

Nosotros acompañábamos a papá a “Compositores”, a “La Víctor” o RCA o a la disquera, a la “W” y a Televicentro. De modo que cuando aquel cuarto quedó listo, empezamos a bajar nuestros juguetes.

El más divertido con la idea fue mi padre, porque de inmediato comenzó a armar las vías férreas de un tren eléctrico que le había regalado Pedro Infante cuando mi hermano cumplió un año. Cabe un paréntesis en este párrafo, pues Pedro fue otro gran juguetón; tanto es así que tenía una variedad de trenes montados y funcionando en una habitación especial de su casa. Los vehículos fueron su pasión y aquel que pilotaba por los aires se lo llevó de nuestra dimensión. El ferrocarril que nos regaló era idéntico a los de verdad, por eso quedó ubicado al centro del despacho; mientras el escritorio permaneció arrinconado en una esquina. José Alfredo pasaba horas tirado sobre el piso haciendo funcionar la locomotora, oyéndola silbar y viendo cómo su faro delantero se iluminaba. Aquel juguete contaba con toda clase de vagones: los de carga llevaban madera, carbón o algunos animales; recuerdo que en uno se veían las gallinas en las ventanillas; había dos o tres pullmans para pasajeros, carro comedor y por supuesto un cabús amarillo. El despacho nunca cambió de nombre, sin embargo, ahí lo que se despachaba era alegría. La casita de muñecas, la tienda de los apaches, arcos y flechas, rifles, pistolas, cascos, soldados, pelotas y cuentos adornaban aquel espacio y las paredes blancas se fueron coloreando con crayolas, acuarelas y la variedad de pigmentos que entonces pudimos utilizar. Hoy les llamamos ludotecas a esos sitios en donde los niños encuentran toda clase de juegos. Papá con nosotros en su despacho montó la nuestra.

Muchas de las canciones de José Alfredo son relatos narrados con la estructura de los cuentos populares y me llama la atención que no haya escrito canciones que se relacionen con el juego, a excepción de algunas que mencionan las cartas, las barajas o los albures. Sin embargo, al final de su vida, compuso este tema que, de alguna manera, demuestra ese espíritu lúdico que tenía: “Las llaves de la casa”, les mostraré algunos versos:

“Quiero tocar la puerta y que no me abras, preguntarle al vecino a dónde fuiste; quiero llegar pensando que estás loca y abajo de la cama te escondiste…”.

Alude al clásico juego que en México llamamos escondidillas; que también incorporábamos en nuestras rutinas, aunque para despertar más emoción imaginábamos que los apaches querían detener el convoy, mi padre se ponía el penacho, mi hermano el traje del llanero solitario y yo el de Toro, en mi caso Tora, pues llevaba falda. En ocasiones nos gustaba recrear los episodios del programa televisivo Combate, entonces nos disfrazábamos de soldados y como yo no tenía casco me ponía una peluca plateada de plástico de Mi alegría.

“Quiero buscarte en todos los rincones, en el cuarto olvidado donde están mis canciones, en la sala detrás de la cortina, en el baño, tal vez en la cocina…”.

Hay mucha dosis de delirio entre estos versos, pero también hay esa remembranza de las emociones que desencadena el juego: Chevalier especifica cuatro variantes: el combate, el azar, el simulacro y el vértigo, ya que en toda actividad lúdica hay, al menos, una pizca de riesgo y de aventura. Creo que eso era lo que vivíamos inmersos en nuestro mundo íntimo de juego y diversión. “Las llaves de la casa” empoderan al dueño y le permiten entrar y salir de la ensoñación, ya sea en su creación poética o en el despacho de las grandes transformaciones.

Estas líneas las escribí recordando pasajes de nuestra infancia para conmemorar el cumpleaños de mi hermano. La vida nos sorprende con sus arrebatos, José Alfredo Jr. cumpliría 66 años el próximo 9 de noviembre, sin embargo, la muerte nos lo arrebató apenas el 29 de septiembre. Dedico este artículo a su memoria, aunque sé que en otra ocasión hablaré más sobre su vida, sus cualidades y sus loables trabajos. 

Paloma Jiménez Gálvez*

*Doctora en Letras Hispánicas

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Paloma Jiménez Gálvez
  • Paloma Jiménez Gálvez
  • paloma28jimenez@hotmail.com
  • Estudió la maestría en Letras Modernas en la Universidad Iberoamericana, y es Doctora en Letras Hispánicas. Desarrolló el proyecto de la Casa Museo José Alfredo Jiménez, en Dolores Hidalgo, Guanajuato. Publica su columna un sábado al mes.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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