Cultura

Cuando el destino

Ella teclea sobre una Olivetti negra, mecánica, recia, en el oscuro despacho del director artístico de la XEW, don Amado C. Guzmán, quien menos preocupado por las voces, requería de una secretaria. Sin embargo, ella escribía tarareando, como si del artefacto pudiera obtener notas en vez de letras. No es un piano, Lucila, póngase a trabajar y no pierda el tiempo soñando con cantar, déjele eso a otros, piense que es una carrera difícil, más aún para las mujeres.

No obstante, ella lleva la música en la piel, como diría Ricardo Rocha años después. La secretaria ve desfilar en aquellas oficinas de Ayuntamiento 52 a los artistas más destacados de la época: Miguel Aceves Mejía, Pedro Vargas, Agustín Lara, José Alfredo Jiménez, La Torcacita, Las hermanas Águila, Toña La Negra y algunos más; ella no se amedrenta sigue tarareando, quizás sosteniendo en su mente la imagen de Lucha Reyes a quien desea emular, pero se da cuenta de que su tono de voz es muy distinto y que, por el momento, no hay quien la guíe para educar su canto. No obstante, cuando uno toca puertas consigue abrirlas. Lucila Beltrán Ruiz logró colarse por el pasillo grande que la llevó hasta el Estudio Verde y Oro, cuando La Torcacita, voz principal del programa Así es mi tierra, se fue del país invitada a realizar una gira por Centroamérica. Don Amado, sin ponerle mucho énfasis a la propuesta, le ofreció a Eulalio Ferrer que escuchara a su secretaria: “Mira, Lalio, la muchacha tiene buen porte y le gusta cantar, háganle una prueba”.

Cabe mencionar que las grandes voces de la canción ranchera se dieron a conocer gracias al programa Así es mi tierra, creado por el inolvidable publicista Eulalio Ferrer, a quien tuve la suerte de conocer y querer, porque fuimos vecinos durante los años de mi niñez. Habrá otra ocasión para escribir algo dedicado a los recuerdos y vivencias que nos unieron a la familia Ferrer. Hoy solamente les adelanto que mi padrino Lalio tuvo mucha influencia en mi formación profesional.

El director musical del programa era otro entrañable ser humano, el maestro Tata Nacho. Ya en su apodo podemos sentir la voz de un padre cariñoso y comprensivo, compositor del tema que daba título a la emisión. Todavía la vida urbana no había sustituido las bondades del campo y de la tierra que aún desprendía su olor materno para cobijarnos, ojalá pronto volvamos a sentirlo. Había un sabor entrañable y añejo que podía sentirse a través del patrocinador que era la Casa Madero. Cada año premiaba a sus artistas y la entrega de aquellas preseas la realizaban en sus bodegas de Parras, Coahuila. Por suerte aún conservo algunas.

Eulalio contaba que había sido un gran hallazgo, pues aquella chica sinaloense pasó sin problemas la prueba que le hizo el maestro Fernández Esperón, mejor conocido como Tata Nacho; fue entonces que su nombre artístico se definió como Lola Beltrán. Tantos nombres que acostumbramos a ver en las marquesinas, periódicos o pantallas, tantos personajes que para nosotros fueron parte de nuestra familia. La primera grabación de Lola fue la canción que mi padre tituló “Cuando el destino”:

“No vengo a pedirte amores, ya no quiero tu cariño. Si una vez te amé en la vida, no lo vuelvas a decir. Me contaron tus amigos que te encuentras muy solito, que maldices a tu suerte porque piensas mucho en mí…”.

No cabe duda que era valiente. Escuchar esos versos en la voz de una mujer en los años 50 no era algo común. Desde niña la admiré y fui conociéndola poco a poco. Tuve la suerte de que Lola fuera mi madrina de primera comunión y la extraño mucho todavía. Escribo estas letras en el mes que marca su nacimiento y su partida.

Jamás olvidaré su risa ni sus camarones a la Lola, que nos enseñó a cocinar en París, Francia. Entonces ya era Lola, la grande, les cuento que de la misma manera que se empeñó en ser cantante, se empeñó en presentarse en el teatro Olimpia de esa ciudad, porque quería cantar en el mismo escenario en el que Edith Piaf obtuvo la fama para siempre.

“Es por eso que he venido a reírme de tu pena, yo que a dios le había pedido que te hundiera más que a mí, dios me ha dado ese capricho y he venido a verte hundido para hacerte yo en la vida como tú me hiciste a mí…”.

Lola fue grande desde pequeña, por eso dejó grandes enseñanzas en nuestros corazones. Hasta siempre, madrina, tu voz sigue resonando en esta tierra, a pesar de la enorme distancia y de estos 26 años.

Paloma Jiménez Gálvez

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Paloma Jiménez Gálvez
  • Paloma Jiménez Gálvez
  • paloma28jimenez@hotmail.com
  • Estudió la maestría en Letras Modernas en la Universidad Iberoamericana, y es Doctora en Letras Hispánicas. Desarrolló el proyecto de la Casa Museo José Alfredo Jiménez, en Dolores Hidalgo, Guanajuato. Publica su columna un sábado al mes.
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