Lo de hoy no fue un incidente de seguridad ni un ciberataque. Nuestros clientes permanecen totalmente protegidos. Entendemos la gravedad de la situación y lamentamos profundamente las molestias y los trastornos. Estamos trabajando con todos los clientes afectados para garantizar que los sistemas estén respaldados y puedan brindar los servicios con los que cuentan sus clientes. Como se señaló anteriormente, se identificó el problema y se implementó una solución. Hubo un problema con una actualización de contenido de Falcon para hosts de Windows”.
Con estas palabras, George Kurtz, presidente y CEO de CrowdStrike, aclaró y despachó desde su cuenta de Equis el colapso cibernético que provocó el retraso de más de 40 mil vuelos, la cancelación de otros 4 mil, la disfuncionalidad momentánea de las páginas web de miles de oficinas, hospitales, universidades y demás usuarios de Windows. Para quien perdió un vuelo, un viaje de tren, pospuso una cirugía o no completó una operación bancaria, las disculpas de Kurtz saben a poco. Una cosa es que el programa Falcon ahora esté en condiciones de hacer lo que tiene que hacer y otra muy distinta perder una oportunidad que podría ser única.
Lo sucedido, además de hacer explícita la lamentable manera en que CrowdStrike entiende el sentido, función y alcance de la responsabilidad social corporativa, dejó en claro la corta distancia que existe entre nuestra realidad actual y la distopía. Me explico.
Una sociedad distópica, como esas que dibuja la literatura de ficción, tiene un rasgo que la distingue de cualquier otra: la población vive enajenada a causa de la tecnología. La inteligencia y voluntad humana cedieron su lugar a la artificial, y la libertad, como tal, no existe porque las máquinas han asumido el control de las decisiones que antes eran tomadas por las personas. En eso consiste el enajenamiento humano en la sociedad distópica.
Ciertamente, el nivel de desarrollo tecnológico en el que nos encontramos en este momento no ha nulificado el rol de la inteligencia humana, ni suprimido nuestra libertad para decidir ante ciertos escenarios, pero, visto lo visto, con la conmoción que generó la actualización del software Falcon de CrowdStrike, no estamos muy lejos de la distopía orwelliana o asimoviana, porque nuestra dependencia tecnológica está llegando a niveles alarmantes.
Piénselo con calma y verá que dependemos de la tecnología mucho más de lo que quisiéramos.