Hace algunos meses una consultante de mucho tiempo regresó a trabajar un tema que en ese momento pudimos resolver afortunadamente para ella en paz y en aceptación y que para mí significó un reto sobre un área que no había explorado: las aplicaciones para citas “románticas”.
Aunque existen desde hace muchos años, en realidad jamás habían llamado mi atención y mucho menos había tenido necesidad de utilizarlas, por lo que fue hasta que conocí historias como la de mi consultante cuando me di cuenta de hasta donde la tecnología ha llevado a los seres humanos a relacionarnos unos con otros, más allá de las redes sociales tradicionales.
Así comencé en ese momento a explorar las principales plataformas y las más recomendadas por los buscadores digitales, abriendo la puerta a un tema que es digno de todo un estudio de antropología, sociología y psicología relacionada con la era digital.
Y casualmente la semana pasada leí una noticia relacionada con la detención de un hombre acusado de “enamorar” mujeres a través de las plataformas de citas para después quitarles su dinero y desaparecer, lo cual, sin conocer el caso específico y los alcances de las acusaciones de fraude en su contra, me parece que son riesgos naturales de todas las redes sociales y de internet.
Como si fuera un paralelismo con la realidad física y corporal, la vida virtual “en rosa” corre los mismos riesgos que la vida natural, aunque quizás el anonimato y las falsas identidades digitales incrementan el peligro para quienes no toman las medidas de seguridad necesarias.
Después de conocer algunas semanas las plataformas a manera de experimento social y de analizar el perfil del público meta (target), eliminé mi bloqueo prejuicioso que tenía sobre ellas y llegué a una conclusión quizás muy superficial de que estas aplicaciones operan como las famosas citas a ciegas (blind dates) de hace varios años, en donde un tercero vinculaba a dos personas que después del primer encuentro seguían, o no, tratándose y conociéndose.
En algunos aspectos se asemeja a salir de “disco” o de baile (de antro) para conocer alguien y “ligar” o sacar alguna cita.
En ambos casos, en la vida real y en la vida virtual, finalmente es decisión propia con quién relacionarse, para qué, cuales límites aplicar y como cuidarse o como ir confiando en la otra persona.
Como dice la canción, quizás por mi edad, yo soy de esos amantes a la antigua, pero hoy la realidad es que la conectividad social digital está desplazando el contacto personal. Cuestión de gustos, generaciones, usos y costumbres.
La próxima semana el capítulo 2 de mi análisis.