Con mucha emoción acudimos la semana pasada a uno de los eventos por el 80 aniversario del Tec de Monterrey en la capital de Nuevo León, dentro de su agenda de actividades culturales, en el que pudimos apreciar, en el mismo escenario, artistas de diferentes edades y generaciones de casi cinco décadas.
Más allá de la calidad musical y el talento derrochado por los ex alumnos, algunos de los cuales podrían haber sido hijos de los mayores (las edades de los artistas oscilaban quizás entre los 22 y 70 años), la conjunción de personas que se formaron en las mismas aulas, en el paso del tiempo de los 48 ensambles que se han presentado, desde el número uno hasta el de este año, nos puso a reflexionar sobre el mundo que actualmente compartimos los menores, los de la mediana edad y los mayores, con retos y desafíos comunes, pero con formas de ver la vida muy diferentes.
En nuestro caso, nacidos en 1967, nos preguntamos en qué momento pasaron 34 o 35 años de que salimos del Tec de Monterrey, mientras la música nos permitía tocar todo lo que se movió en nuestra mente y en nuestras emociones por este “Legacy, Gala Exatec”, con cantantes y músicos que difícilmente podrían estar conviviendo juntos en otras circunstancias.
Sin ir más lejos, quienes ya estamos entrados en la mediana edad y tenemos hijos entre los 20 y los 30, como era el caso de algunos de los intérpretes en escena, nos damos cuenta de manera cotidiana que pertenecemos no sólo a generaciones diferentes, sino que en muchos aspectos tenemos ideas, percepciones, así como formas de actuar y vivir, muy distintas entre unos y otros.
El mundo está cambiando y en constante evolución, por lo que cohabitamos en el mismo planeta unos y otros con visiones disímbolas, con una pirámide poblacional que nos va definiendo que los jóvenes son mayoría y requieren del equilibrio de quienes hemos acumulado no sólo más días en el calendario, sino un poco de experiencia adquirida.
En mi trabajo en el consultorio como especialista en adicciones y coach de bienestar integral con una visión sistémica familiar, he podido observar una y otra vez las diferencias entre los usos y costumbres de unas generaciones y otras.
Quizás el hecho de tener hijos adultos jóvenes y casi una década de trabajar con pacientes desde su adolescencia, además de generar empatía, me ha llevado a tratar de entender la vida como ellos la perciben y poder acompañarles de la mejor manera en su desarrollo personal, así como poder integrar a sus padres o miembros con más edad del sistema, en el proceso de restauración.
Lo cierto es que, como en el ensamble musical del Tec, en armonía y con cadencia debemos convivir todas las generaciones en la búsqueda de construir mejores condiciones de vida para todos, que nos lleven a cada uno a la alegría de vivir.