La biblioteca que –bromeábamos– a punto estaba de desterrarnos de casa ha desacelerado su crecimiento otrora vertiginoso: yo ya no leo en papel sino en pantalla –por portabilidad, por comodidad para exportar los subrayados, porque puedo hacerlo en cama a altas horas de la noche sin encender la luz que suele despertar a mi mujer. Si bien mi esposa todavía compra libros de papel –mitad fetiche, mitad vista cansada–, su ritmo de consumo ha disminuido desde que, a causa de la pandemia, dejamos de frecuentar las librerías: pide por internet lo que quiere leer, y no más.
Hace años no entra a mi hogar un disco nuevo. No que hayamos dejado de consumir música, pero casi toda está a disposición vía ese Spotify que pago, y que al menos dice ocuparse del pago de regalías a intérpretes y compositores. (¿Le creo? No del todo… pero tampoco creía en el compromiso de las disqueras en su tiempo). Cierto: ahí no está todo pero sí mucho. Lo demás se encuentra por lo general en YouTube, donde me he topado incluso con algunas de las grabaciones que hizo mi abuela –cantante efímera y hoy anónima– para el sello Vocalion a fines de los años 30.
Siempre me gustó la ropa, y sigo cultivando esa afición. Mientras escribo esto, de hecho, visto un pantalón Giorgio Armani etiqueta negra. No lo compré, sin embargo: lo heredé de mi padre. Lo llevé hace poco a un sastre cercano a mi casa, y le pedí que ajustara el corte a algo más a mi gusto. El suéter y la camisa no son finos pero son lindos. Creo recordar que los calcetines son finísimos pero ya olvidé dónde los compré. ¿Estoy a la moda? No me interesa pero, sobre todo, creo que cada vez hay menos a quienes importe. Salimos menos. Los desfiles estacionales han parado. Uno se inspira para vestirse ya no en lo que dictan Vogue o GQ sino en lo que luce alguien con tantas o tan pocas credenciales como uno en su cuenta de Instagram. ¿Importa la moda? Más aún: ¿existe aún?
Cambiamos de hábitos. La causa es la revolución digital –o, si atendemos a Baricco, el descontento social que la originó–, el acelerador la pandemia. ¿Es bueno? ¿Es malo? La respuesta será más contundente: es.
Nicolás Alvarado
IG: @nicolasalvaradolector