Te lo dice sin pudor, “si creces en un México jodido porque te enseñaron que así era, tienes la obligación de desarrollar ideas chidas que generen empleos para dejar a tu país mejor de cómo lo encontraste.”
Cualquiera lo etiquetaría como un nacionalista dos punto cero, pero cuando lo escuchas tratar a propios y extraños con un, “por favor y gracias”, te das cuenta que estás frente a un gentil, un amable y eso, se mama en el hogar.
En principio, ese es Luis Haro Larios, colimense avecindado en dos etapas en las Cholulas. La primera para estudiar ingeniería en alimentos en la UDLAP y la segunda para fundar la Cervecería Cholula, que a sus escasos cuatro años de existencia, ya es un ícono frente a la pirámide viva más grande del mundo.
Viajero y ciudadano del mundo desde temprana edad, pareciera estar en un constante trayecto para llegar a su siguiente etapa. Porque si bien no había terminado de aterrizar en este mundo, cuando ya estaba cruzando la frontera y avecindándose en Estados Unidos, donde creció un tiempo y aprendió a ver el mundo en su primera infancia.
El mayor de dos hermanos, creció siempre en ambientes tranquilos y casi rurales, como la Colima en la que residió hasta finalizar sus estudios medios superiores; después la inquietud por seguir mirando el mundo se lo llevó de la mano y lo instaló en Cholula, haciéndose de una ingeniería en alimentos, de la que no tenía claro que hacer o cómo usar.
Tuvo que viajar a Canadá y encontrarse con la cerveza artesanal que en su paladar fue algo “súper rico y súper diferente” y entonces sucedió, una peregrinación que lo llevó a recorrer cuanta cervecería y cervecero encontró, degustar marcas, sabores y platicas con los cocineros de esas maravillas, regresar a México y darse cuenta que la industria artesanal o estaba en pañales o lo estaba esperando a que él estuviera listo para crear.
 
	Entonces emprendió otro viaje, aun trabajando para su papá, se las ingenió para instalar un mini laboratorio dónde fermentar, un “refri” en lugar de un cuarto frío, ollas en lugar de contenedores y un montón de utensilios improvisados pero suficientes. En ese hobby se fraguaba el futuro.
Y sucedió la magia, su primer lote de cerveza artesanal que resultó “¡horrible, intomable!”, pero así son las cosas, detrás de cada historia de éxito, hay un montón de fracasos. Luis tuvo que llegar a un tercer lote para que aquello pasara de tomable a decente y disfrutable.
Así fue como comienza un siguiente viaje, buscando empleo en diferentes países cerveceros, no los convencionales, más al sur, más allá de Australia, a once mil kilómetros de distancia, ahí donde los Maoríes le cantan a la vida, Nueva Zelanda.
Como todo ciudadano del mundo, como todo gentil, las puertas se le abrieron. De escribir una serie de correos buscando chamba, pasamos a recibir rechazos y ofertas, a solicitar visa de trabajo, comprar boletos de avión, buscar casa, a ser recibido por uno de los dueños de la cervecera que lo habría contratado y comenzar a doblar turnos y aprender de todo y de todos, hasta finalmente llegar al día en que le permitieron hacer su propia cheve, ser felicitado por maestros cerveceros y disfrutar con sus ahora amigos. Para ese momento, ya tendría un oficio, ya era cervecero.
Pudo haberse quedado más tiempo en tierra de kiwis, sin embargo, esa urgencia por aplicar lo aprendido en su tierra, lo trae de regreso y comienzan los éxitos empresariales, primero en San Luis Potosí y la segunda y actual en San Pedro Cholula. No sin antes viajar a Inglaterra en busca de su maestría.
Luis piensa en ser papá un día, siempre y cuando no piense en el calentamiento global y el fin del mundo, Luis piensa en que su empresa crezca para todos; pero, sobre todo, Luis piensa siempre con un gracias y un por favor.
Los gentiles, los amables como Luis, son y deben ser la nueva generación que permita el surgimiento de nuevos líderes alejados del egoísmo que caracteriza a muchos de los que artificialmente se autonombran como tales, sin el cariño y respeto de sus contemporáneos.
 
	 
        