A nadie parece extrañar la cantidad de estudios e indicadores en torno a la profunda desigualdad y pobreza que existe en el mundo.
Los datos son claros, según la Oxfam, durante la pandemia por covid-19 los diez hombres más ricos del mundo duplicaron su fortuna, mientras que los ingresos del 99% de la población se vieron deteriorados.
Esta dinámica no es propia de la pandemia, en su libro “El capital en el siglo XXI”, el economista francés Thomas Piketty demostró que desde finales del siglo XVIII y hasta la actualidad, la desigualdad ha ido en incremento, lo que beneficia desproporcionadamente a una minoría cada vez más reducida de ricos, quienes se mantienen en esa posición por la riqueza heredada y no por méritos propios. Esta situación incluso fue ironizada por el ganador del Nobel de Economía, Joseph Stiglitz al mencionar que, al parecer, el mérito de los millonarios era haber elegido muy bien a sus padres.
Sin embargo, es importante señalar que la pobreza y la desigualdad no son fenómenos de los que se pueda hablar en abstracto, pues cada uno viene acompañado de otros problemas igual de graves para la sociedad. Algunos de ellos son: la gentrificación, proceso que implica el desplazamiento en términos de vivienda de personas con bajos ingresos, esto se detona cuando dichas zonas comienzan a valorarse como de alta plusvalía y son ocupadas por connacionales y/o extranjeros con altos ingresos. Otro grave problema es el de la precariedad laboral, de acuerdo con la Organización Internacional de Empleadores, el 60% de la población mundial trabaja en la economía informal.
Por otro lado, de acuerdo con la ONU, en 2022 el número de personas con inseguridad alimentaria aumentó a 250 millones. A estos datos se agregan otros relacionados con la expectativa de vida, educación, salud y otros servicios básicos fundamentales que han empeorado por los fenómenos ya referidos, pero a los que también se suman los estragos por el cambio climático.
La interrogante que surge de este escenario está relacionada con la pérdida de sensibilidad frente a las condiciones sociales de la mayoría de la población que sufre los impactos de la pobreza y la desigualdad. Esta situación empeora cuando observamos el ascenso de proyectos políticos que desean profundizar las políticas económicas que han llevado a un desmantelamiento constante del Estado y a normalizar la falta de empatía con los que menos tienen.
El ejemplo de Argentina es un caso paradigmático de esta situación, en donde la lógica económica ultraderechista de Milei, llegó incluso a proponer la dolarización de su economía o la legalización de la venta de órganos.
Por otro lado, se encuentra El Salvador, país en el que la política de seguridad que lleva a cabo Bukele declara implícitamente que ser delincuente pareciera ser un rasgo biológico, por ello bastaría con encarcelar a todos los delincuentes que para variar, son detenidos en las redadas por llevar tatuajes, situación que le ayuda el gobierno a simplificar los procesos de detención guiándose a través de la estigmatización social, en lugar de pensar la inseguridad como un fenómeno complejo estructurado bajo un contexto precario que seguirá produciendo violencia si no se atienden las causas más fundamentales del problema.
Por eso estoy seguro de que, el combate a las lógicas e ideologías que quieren preservar la desigualdad y la pobreza como condiciones naturales e inevitables del orden social, no solo se puede sostener desde un punto de vista técnico. Sensibilizar a la población y a los tomadores de decisiones y grupos de influencia acerca de la importancia de generar condiciones de justicia social requiere algo más que datos duros y estudios de las posibilidades técnicas y económicas. Desde mi punto de vista requiere de toda una pedagogía política que concientice a la población del porque la prosperidad de los de abajo, no debería ser una amenaza para los de arriba. Bajo este contexto, uno de los mayores aciertos del presidente Andrés Manuel López Obrador es crear dicha estrategia pedagógica política que se sintetiza en su frase, “por el bien de todos, primero los pobres”. Esta frase, demuestra que un proyecto político no solo requiere de condiciones técnicas de viabilidad sino también de una reeducación de la población para hacer realidad dichos proyectos. No es posible crear un futuro distinto con las mismas lógicas neoliberales bajo las cuales pensamos la realidad, por ello es importante recuperar una sensibilidad política para hacer realidad el futuro que queremos. En este sentido, nuestra lucha es, ante todo, una lucha por el cambio de las conciencias, y por intervenir profundamente en la sensibilidad social de quienes más y de quienes menos tienen, otro futuro es posible pero solo si este es pensable y defendido por todos.