Se ha vuelto a comentar acerca de la tentación del autoritarismo, una constante en la vida de los gobernantes. Empecemos por recordar de forma sencilla el significado del “AUTORITARISMO” que implica el ejercicio de la autoridad mediante la imposición de la voluntad de quien detenta un poder, sin consenso participativo de la sociedad. Sustituye la libertad y la autonomía por la supremacía.
La personalidad autoritaria es un peligro para quien ejerce el poder. El autoritarismo es una degeneración de la autoridad, que hace referencia a un poder considerado legítimo y positivo por parte de grupos e individuos frente a ese poder. Hay varios libros que explican la personalidad autoritaria, algo muy estudiado por prestigiados psicólogos, así como su impacto en la sociedad, cuando se hace de la política una extensión de la psicología personal.
Casi todos reconocemos que la autoridad debe ejercerse de manera socialmente responsable, con respeto a la ley y consideración a la sociedad democrática. Como concepto o idea, la autoridad contiene la aceptación del derecho de quien ejerce el poder o de una institución legalizada para dar órdenes y que éstas sean acatadas de manera sistemática por los destinatarios.
Es una relación de poder en cuya esencia está el reconocimiento del derecho a mandar y la obligación del ciudadano a obedecer. Cuando se requiere, esa relación se puede mantener por la fuerza, aunque al final, la verdadera capacidad de mandar, es creada y sostenida por la fuerza del respaldo de la opinión pública, del convencimiento de quien recibe una orden.
Una relación democrática de la sociedad con el poder puede prosperar cuando se favorece la convivencia pacífica con ciudadanos con diferentes ideologías. La participación democrática alienta actitudes de tolerancia, respeto a la diversidad y convivencia de la pluralidad.
La participación social es la forma más viable para generar consensos, propuestas cercanas a los intereses de las personas y contribuye a lograr el bienestar social. Y para ello debe partirse de reconocer el valor de esa participación en la solución de los problemas comunes; consultarla para percibir sus demandas; organizarla para la legítima defensa de sus intereses; cumplir con los compromisos adquiridos; y difundir los méritos de esa participación.
Por eso concluiremos como señalaba Albert Einstein: “El respeto irreflexivo por la autoridad es el mayor enemigo de la veracidad”.