En algo se parecen los lectores a los espectadores de cine: la mayoría evade temas desgarradores, con atmósferas oscuras y dolorosas. Se entiende, la vida es un hueso difícil del roer. En la FIL de Guadalajara abundan los estantes de literatura optimista, de caminos al éxito y de ejemplos de salud emocional y espiritual. Los visitantes —otra vez, en mayoría— se afanan en conseguir un libro que les ayude a escapar del laberinto, del agobio de los difíciles días por causas económicas, familiares o sentimentales. De nuevo, se entiende. Pavese escribió sobre el duro oficio de vivir.
También existen los ávidos de buena literatura que ayude a pelar la cebolla (como diría Günter Grass) del corazón. Experiencias ajenas que confirmen que no todo les pasa a ellos y no siempre en este momento. “El tiempo se ha acabado”, dice —sin tristeza, pero con resignación— un personaje de uno de los libros más perturbadores de la posguerra. El título es, en sí, una novela: El hombre es un gran faisán en el mundo (Siruela). Herta Müller ha logrado en él una osadía: convertir a la poética, al relato y a la narrativa existencial en una sola estampa. Y no solo eso: junta la desolación, la muerte, la huida, la impotencia, el vacío y el fastidio. Rumania después de 1945. Todavía quedan alemanes que se desviven entre las manchas negras que dejó la vorágine. Las lechuzas son gatos que vuelan, las dalias son visiones que anuncian el alivio, la muerte, y las pupilas son frías ante una noche llena de silencio que lo llena todo. Desoladores microrrelatos que, al juntarse, producen una sensación de fragilidad, seres dominados por la inclemente realidad. Seres presos del entorno, de tiempo y espacio. A las pocas páginas, Müller confirma por qué recibió el Premio Nobel y por qué es una de las escritoras más obligadas del final del siglo XX y comienzo del XXI. Este libro es, lo deben saber los que han sentido una profunda tristeza, una lluvia nostálgica que no cae, que moja, pero que no se siente ni alivia. Desnuda lluvia, como mal sueño. Hay maestría en el relato. Enunciados precisos, la metáfora intensa y bien puesta: “Había algo de dalia en los ojos. El blanco de los ojos se le había secado”. La muerte, en resumidas cuentas. La madre antes de ser difunta, dice el carpintero, nunca había tenido los dientes tan blancos y tan fríos. El hombre es un gran faisán en el mundo es, también, alentador: revela la persistencia de la especie ante sus misteriosas y, nunca elegidas, circunstancias. El faisán es de vidrio, pero vuela. “¿Quién sabe qué será de nosotros?”. Metafísica pura.
ÁSS