
Ricardo Garibay, notable narrador —de quien el año próximo estaremos celebrando su centenario—, menciona que el cuento se rige por una anécdota y la novela por el desarrollo de los personajes. Así de simple, sin más explicaciones. Esto lo expresa, un tanto contrariado, durante una entrevista con Miguel Ángel Quemain, en donde el escritor denota su fastidio ante una serie de estulticias académicas que, desde su punto de vista, no hacen más que confundir al lector.
También habría que recordar que, como ocurre en las grandes historias y en los clásicos —por supuesto—, en los personajes principales debe haber una evolución; es decir, Ismael y el capitán Ahab no son los mismos al inicio de Moby Dick que al final. En ese sentido, esa transformación de la que somos testigos es una especie de parámetro literario, lo que nos hace apreciar más la novela: el progreso de los personajes, su metamorfosis.
Margarita García Robayo (Cartagena, Colombia. 1980) es una narradora en plenitud, con cinco novelas publicadas. Sus libros se han publicado en Argentina, Chile, Colombia, Perú, España y México; también ha sido traducida al inglés y al italiano. De 2010 a 2014 dirigió la Fundación Tomás Eloy Martínez. En esta historia aborda las vicisitudes que enfrenta una chica escritora que vive sola en Buenos Aires. Una parte de su vida se ha quedado en Colombia, en las escenas de la infancia que presenció junto con su hermana y su madre. Cada determinado tiempo recibe una caja con todo tipo de cosas que le envía su hermana: desde fotos, libros, cuadernos, documentos personales hasta comida que llega echada a perder, pero que jamás le dirá a su hermana porque teme provocar una desavenencia.
La chica que cuenta su historia vive en un departamento de manera cómoda, ha adoptado a una gatita —se llama Ágata— y mantiene una relación amorosa con un joven fotógrafo, a quien le gusta cocinar y proponer actividades para que pasen un buen tiempo juntos. El mundo de la joven escritora no guarda relación con la vida familiar de su hermana, quien insiste en ser la mujer conservadora, la guardiana de la memoria familiar. En apariencia son mundos irreconciliables, distintos, ajenos, aunque ambas ponen de su parte para que la comunicación entre ellas no se pierda, cada vez ese acercamiento —presencial, vía, telefónica o virtual— requiere de mayor esfuerzo.
Es una novela de introspección, más de preguntas que respuestas. Se trata de una historia de encuentros y desencuentros, del conocimiento de sí misma que va desarrollando la narradora.
Una de las cajas será el detonante del caos. Algo inesperado viene en esa encomienda: es su madre, con quien siempre ha tenido una mala relación desde la infancia. Entonces la vida se altera y ya nada es igual. El pasado, que creyó haber dejado atrás, se le presenta de manera insólita y desprevenida. Su hermana se lleva mejor con su madre y hasta la entiende, ella no. Deberá librar la madre de todas las batallas si quiere volver a tener tranquilidad en su apartamento.
En cierto modo, la novela pretende desmitificar la figura de la maternidad, esa que nos han dicho que debe ser dulce y sacrificada, bondadosa y amorosa, callada ante las infidelidades del marido y paciente para sus hijos, a quienes debe procurar. Por un lado, tenemos el distanciamiento entre madre e hija, y la versión de la hija ante una madre diferente, que necesitaba aire, como dice la narradora. “La recuerdo abriendo las ventanas y las puertas de la casa, abanicándose con las manos de un modo enérgico y descontrolado”. Y luego pasa al cuerpo de la madre, alojando “una bandada de pájaros que aleteaban por salir y rasguñaban por dentro. Y por eso lloraba”. Lo anterior da lugar a un tipo de maternidad incómoda, claustrofóbica y asfixiante.
Lo que sucede en esta novela hace que rememoremos Historias de Nueva York (1989), en el cortometraje “Edipo reptrimido”, Woody Allen describe una situación avasalladora: un mago hace desaparecer a la dominante madre de un abogado, pero la mujer reaparece en el cielo de Manhattan para seguir entrometiéndose públicamente en la vida de su hijo. A diferencia de la mujer que día y noche vigila a su hijo, la madre de la joven colombiana residente en Argentina no tratará de controlar cada paso de su hija sino de reconciliarse con ella, con alguien a quien casi no conoce. Es un reto para ambas, porque no siempre la sangre crea lazos ni cercanía; sin embargo, podrán valorarse desde otra forma menos alterada y tóxica.
Es probable que si Ricardo Garibay leyera esta historia dijera que aún no está del todo terminada, porque para él “la novela consiste en trabajar a los personajes y ponerlos a dialogar”. Y aquí lo que menos hay son diálogos, sino un monólogo que, si no fuera por esa dosis exacerbada de sinceridad, correría el riesgo de volverse inverosímil.
Mary Carmen Sánchez Ambriz
@AmbrizEmece