El dilema en un salón de clases, entre mantener abierta la atención de los niños mediante dinámicas de juego participativo, o enseñarles a apaciguar las distracciones y colocarse en modo conversación, para tener un relajado intercambio de ideas sobre un tema, se resuelve combinando ambos.
Al maestro le viene bien jugar, o aprender juegos para animar la participación y, a la vez, desempolvarse del papel de mandón o de dictador (debería decir “dictante” en vez de “dictador”, pero no hay mucha diferencia al fin).
Entender que lo que se busca en un aula es la construcción del conocimiento a partir del pensamiento creativo colectivo, el del grupo, ha sido para mí un descubrimiento magnífico.
La conversación en colectivo permite que el mensaje oculto en el silencio de una persona sea descubierto a través de las voces corales de su grupo, que pueden decir lo que uno de ellos no sabe, no quiere, o quizás teme decir.
Conversar implica, en lo externo: escuchar y decir; en lo interno: pensar-razonar-sentir.
El decir es un elemento importante de la conversación en los niños dentro del salón de clases.
Aunque muchas voces estén calladas en el grupo, las respuestas internas a los planteamientos que escucha, activan el aprendizaje de la conversación.
Por lo que, un niño callado, que se encuentre en medio de una conversación colectiva activa, está conversando, y lo que no responda con su voz, lo responderá por él el grupo; entonces el maestro transformará la respuesta grupal siempre en una cualidad, traduciendo que la percepción de algo como negativo, procede de una fuente de potencialidad positiva.
Me explicaré: en un salón de clases el maestro pregunta a cada niño cuál es su talento, un niño permanece callado sin encontrarlo, o saber decirlo; entonces, el maestro pregunta a los demás niños “¿ustedes saben cuál es el talento de él?”
Y dicen a coro: “es enojón, siempre protesta por lo que no le gusta”. Y el maestro dice: “¡Ah! Entonces tiene seguridad en sí mismo”.
El maestro debe, en cada clase, lograr sembrar en cada alumno: un conocimiento de la materia que imparte, un camino al autoconocimiento y, un grado de autoestima.
Estos tres valores deberían ser los indicadores del éxito de la formación escolar. Entonces, las voces calladas surgirán, encontrarán las palabras para decir lo mejor de sí mismos.