Cultura

No recuerdo su nombre

  • Taller Sie7e
  • No recuerdo  su nombre
  • Martha Izaguirre

La cuarentena por la pandemia puso distancia entre las personas. Alejarse de algo ayuda a mirarle con un ángulo más abierto, desde otra perspectiva, con menos tensión y más calma. Así, caímos en la cuenta que la sociedad, la comunidad de la que se forma parte, era un rompecabezas (del que todos creíamos conocer la imagen). En él, cada persona constituía una pieza, y cada pieza caminaba su ruta sabiéndose parte de algo, que, por el movimiento, es decir, por el acto mismo de vivir, no era posible (ni deseable) ensamblar.

La vida se detuvo, las piezas se ensamblaron. En la imagen que el satélite envió a las pantallas de celulares y laptops aparecían muchas personas solas, ansiosas, deprimidas, asustadas, abandonadas. La imagen de la humanidad no era lo imaginado, sino un rostro social desfigurado por la cirugía estética desmedida, con la que cada ideología en el poder ofrece “el mejor de los mundos”.

Japón recién instaló un Ministerio de la Soledad en su gobierno, con la misión de encarar un problema de salud pública. Ya Reino Unido, lo había instalado en 2018. Ambos en respuesta a la alta incidencia de suicidios y de personas sin acompañamiento social. Con ello pusieron sobre la mesa la diferencia entre Soledad y Solitud. El solo y el soledoso diría un poeta. María Richardson (Letras Libres) la aborda en palabras de Virginia Woolf. Soledad: “Cuando hay distancia entre la interacción social que uno requiere y la que uno sostiene en realidad”. “Obscuridad de ruina”; y Solitud, su connotación positiva, una soledad sana. “…soledad que me ha librado de la presión de las miradas, de la solicitación de los cuerpos, de la necesidad de las palabras y de las mentiras!”, “… tiempo y privacidad para la reflexión y la escritura”. Richardson plantea una frase lapidaria: tener vecinos no la salvó de la soledad.

Conocí a esta mujer en el hospital donde yo laboraba, ella era secretaria. No hablaba mucho. Cargaba un reloj despertador que colocaba en la mesa durante su horario de comida, para no pasarse un minuto del tiempo reglamentario y nadie la fuera a acusar falsamente de una falta. Un día la encontré en la central camionera, platicaba con un hombre sentado a su lado. Le pregunté “¿qué haces, adónde viajas?” Me respondió: “yo vengo aquí todas las tardes, me siento en una banca a platicar con la persona que se vaya sentando al lado, vivo sola”.

En estos días de aislamiento pienso en ella… No recuerdo su nombre. _

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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