Al escribir aquí, estuve a punto de caer en la trampa de un mundo que obliga y seduce a sentir antes de a pensar; estuve a punto de caer en la trampa de acudir a lo emocional para tratar un tema que demanda una respuesta personal y colectiva a la altura de la seriedad de los hechos.
Sin embargo, correré el riesgo de utilizar el áspero lenguaje de la verdad, entendida esta como la búsqueda de la profunda causa raíz de una realidad adversa, contundente y fatal.
En el sur de Tamaulipas estamos teniendo muertes por desplome de la losa de una iglesia, por suicidios, por atropellamientos y accidentes vehiculares, por intoxicación debido a alimento contaminado.
Se puede argumentar que la muerte llegará inevitablemente a cada uno cuando sea su momento, pero ello no justifica que adelantemos las manecillas de su reloj por la falta de ética, educación, civismo, y desarrollo de la inteligencia colectiva en cada uno de nosotros, habitantes de esta región.
La muerte tiene el poder de mover emociones cuando tiene el ingrediente de intuir que pudo no haber sucedido, que algo se pudo haber hecho bien para evitarlo, y no se hizo.
También debe mover a reflexiones: la verdad de que la gente muere, no es la misma verdad de que a la gente la matan; la verdad de que la gente sufre, no es la misma verdad de que la destruyen en vida.
La verdad es que la tristeza y la indignación no sirven de nada, sin corrección de las causas y prevención en sus riesgos.
Entiendo que el ser humano responda a lo motivacional cuando se celebra que han disminuido los secuestros o los homicidios, que alguien salvó la vida en una catástrofe.
A la vez no entiendo que no haya más información pública, por ejemplo, de disminución de muertes por negligencia de los servicios de salud públicos o privados.
Horrorizaría conocer el número de personas que en nuestra ciudad son amputadas al día por causa de diabetes, o cuántos jóvenes y niños son esclavos de la droga, la violencia escolar, familiar, social, o la prostitución.
Es tiempo de sacar los monstruos de debajo de la cama, darles nombre y constatar que se desintegrarán al encender la luz de consciencia, de la propia responsabilidad y fuerza para destruir las fuentes de muerte o sufrimiento antinatural en nuestro cuerpo, en nuestra familia, en nuestros conciudadanos.
Lo repetiré, se requiere: ética, educación, civismo, y desarrollo de la inteligencia colectiva en autoridades de gobierno, en las empresas comerciales y de servicios, en las universidades y escuelas, en los profesionistas y técnicos, en cada persona.
Hoy no le hablo a tu corazón sino a tu inteligencia. ¿Qué harás para construirte una mejor persona y construir un mejor entorno para la comunidad?
No me respondas a mí, respóndele a la vida.