Cultura

Jesucristo doméstico

  • Taller Sie7e
  • Jesucristo doméstico
  • Martha Izaguirre

El Nacimiento de Jesús, celebración actual en este nunca frío invierno de Tampico, es uno de los cuatro momentos domésticos que resalta La Biblia al narrar la historia del Hijo de Dios en la Tierra.

Nacer es el más terrenal de estos cuatro acontecimientos. Ser feto, desarrollarse, vivir dentro del cuerpo de una mujer, alimentarse de su misma sangre, y abandonar ese húmedo nido en donde se es pez para luego ser anfibio y luego mamífero. Separarse y cortar el cordón umbilical, llorar y tener hambre. Arroparse y dormir en los brazos y el pecho materno.

Soltarse de la mano de la madre, escapar de la vista, perderse en una multitud, es cosa común entre niños, tanto como platicarles a los sabios que el universo es fantástico, aún si se tiene los ojos cerrados.

Sumarse al festejo en una boda, bailar y cantar para que la alegría no decaiga, es la humana forma de transformar el agua en vino.

Y morir, ¡qué cosa por demás doméstica! No por ser en una cruz (que lo sería para los ladrones en esa época) sino por sangrar, con la visión borrosa y los labios curtidos desmayar, temer ante la muerte, expirar en un último aliento.

La eternidad es eso, seguir naciendo en el homenaje después de muerto. Festejar la primera presencia en este mundo es no dejar morir la memoria. Dios es un Dios de vivos, pues en Él la Resurrección es posible, y los muertos, mientras no resuciten, son los muertos de los vivos.

Celebramos el Nacimiento de Dios hecho hombre, pero un hombre que proclamó el Amor a uno mismo y al prójimo, proclamó la justicia basada en el respeto al propio esfuerzo y el propio actuar, con el arado y la cosecha en el terreno y en la jornada que se ha acordado se trabaje. La ley es la misma para todos, y la justicia se aplica de uno en uno.

Celebramos el pesebre, la noche, la incertidumbre migrante, la presencia de los humildes, las formas de Dios, un bebé que iluminaría el sentido de la vida, predicando agradecimiento y perdón, desapego y misericordia.

No es un asunto de globos azules y chocolates o puros, es mucho más: una nueva vida es una esperanza del triunfo del Bien. Su cuerpecito siente la fibra del manto que lo cubre, la brisa juega con sus ojos, es hermoso. Ha nacido el Salvador. _

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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