Conforme avanza el mes de octubre, en el ambiente de las calles, escuelas y algunos centros de trabajo abundan los adornos y motivos alusivos al sincretismo del prehispánico Día de Muertos, el mestizo Día de Todos los Santos y el subsecuente Día de los Fieles Difuntos o el Halloween.
A decir verdad, desde hace semanas en los centros comerciales ya se adelanta la fecha –como desde ahora pueden adquirirse adornos navideños e incluso ya roscas de Reyes- y las flores de cempasúchil –muchas de ellas de origen chino- ya coexisten con las calaveras de azúcar, los alfeñiques, brujas y monstruos de todo tipo.
En este contexto, conviene hacer una pausa para acercarnos a un hecho tan real como inevitable: la muerte misma. Como cada año, en más de algún medio de comunicación masivo se difundirá, a la par de la nota acerca de los panteones abarrotados, el reportaje cajonero de cuánto cuesta morirse.
Nos dirán que un servicio funerario puede ir desde los más básicos y rudimentarios –proporcionados por negocios familiares que a duras penas cumplen las regulaciones- que parten desde los 25 mil pesos, sin incluir trámites ni derechos inherentes al sepelio, hasta los más sofisticados que pueden sumar cientos de miles de pesos.
Pero lo que no cambia es la falta de previsión al respecto por parte de la población: por algo la sabiduría popular ha acuñado la expresión “ni en qué caerse muerto” para retratar la condición de aquel que no tiene patrimonio, ni ahorro suficiente para procurarse a sí mismo el lugar de descanso final.
Cabría esperarse un mínimo nivel de previsión en quienes conocen el costo que representa fallecer en estos días. Jefas y jefes de familia con un poquito de previsión y responsabilidad para evitarles a su familia gastos o endeudamientos innecesarios por el servicio funeral, particularmente en ese sector de trabajadores independientes o de la informalidad que no cuentan con ningún tipo de prestación social.
Según datos del Inegi, cada año mueren más de 600 mil personas, y ni siquiera 100 mil de ellas contaban con algún tipo de protección. Así, no cuesta trabajo entender que el 49.2% de la población ha tenido, llegado el momento, que recurrir a un préstamo para solventar los gastos que conlleva un funeral.
En medio del espíritu festivo que caracteriza a los mexicanos quizá sea oportuno recordar que lo único seguro en esta vida... ¡es la muerte!
Mario A. Arteaga
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Periodista de Investigación. Ex Servidor Público de carrera.