Durante el reinado de Moctezuma Xocoyotzin se tenían modales y ceremonias especiales al llegar a su palacio, o para tratar algún pleito o negocio, como quitarse las sandalias al entrar.
Ninguna persona podía presentarse vestida con ricos mantos, que se consideraba falta de respeto. Consecuentemente, los grandes señores se habían de quitar las mantas ricas y ponerse otras de poco valor, para mostrar humildad.
Todas las personas, al entrar a la sala de audiencias y antes de llegar al rey, debían hacer tres reverencias diciendo a la primera: “Señor”; a la segunda: “Mi señor”; y a la tercera: “Gran señor”. Hablaban en voz baja, con los ojos puestos en tierra y sin mirarle a la cara.
Recibían la respuesta dada por el monarca y, al retirarse, ninguna persona daba su espalda hacia el trono. El número y variedad de los platillos de su mesa maravilló a los españoles que lo vieron.
Cortés dice que cubrían el piso del gran salón, y que había fuentes con todos los tipos de carne, aves, pescado, fruta y yerbas de todo el país. Más de trescientos mancebos de la nobleza portaban estos manjares sin cuento, llevándolos sobre paños y braserillos para conservar la comida caliente, presentándolos tan pronto el rey se sentaba a la mesa.
El rey señalaba con un bastoncillo los que deseaba, y se distribuía el resto entre los nobles que estaban en la antecámara. El mayordomo cerraba la puerta, para que nadie lo viese comer.
Frecuentemente se escuchaba música y se divertía con las gracias de hombres deformes actuando como bufones, o con juegos de maromeros y danzantes. Cuando terminaba de comer fumaba tabaco mezclado con ámbar líquido, en una pipa o cañuto, y con eso se dormía.
Después de dormir un poco, daba audiencia, escuchando y contestando por medio de sus ministros, y al término de la misma, escuchaba música, encontrando gran deleite en oír las gloriosas gestas de sus antepasados.
Cuando salía era llevado en hombros por sus nobles, con numeroso séquito de cortesanos. Todos volvían el rostro y se postraban cuando él pasaba. En suma, nuestra corte azteca rivalizaba en lujo y protocolo con las de los reyes orientales.