Contrario al utilitarismo, el pensador italiano Guiseppe Lombardo-Radice, que vivió hasta casi fines del siglo XX, afirmó que una educación enfocada únicamente hacia lo útil, no permite al ser humano el desarrollo completo de sus posibilidades.
Para él, la educación implica descubrimiento y creación continua y ha de atender “los valores estéticos y la actividad hacia los gustos e intereses del estudiante”.
Pero, ¿en qué están pensando los jóvenes que ingresan a hacer carrera? ¿Cuál es su revancha después de sufrir penalidades en una larga y sin compensaciones preparación para obtener habilidades, conocimiento y práctica?
El pensamiento lógico de este cuestionamiento es: “hacer el máximo dinero en el menor tiempo posible”.
Sería un objetivo razonable y hasta digno de elogio. El profesional de éxito se justifica al afirmar “que para eso se quemó las pestañas y sufrió privaciones”, ¿pero en dónde quedan las tradiciones éticas, en donde un ideal de excelencia ligado al bien común colectivo, la dignidad y el prestigio derivado?
Otro pensador afirmó por el contrario, que con su labor contribuye a la sociedad que lo formó “al servir a los estándares del oficio porque contribuye al bien común colectivo, a la dignidad y el prestigio”.
El prestigio es un bien que no todos los profesionales lo evalúan, y quizá, algunas personas que están en el campo del servicio público o de la política. “Prestigio, ¿para qué? Lo que deseo es tener poder y recursos, quiero estar en donde hay”, sería una motivación cínica.
El sistema político-social en que vivimos nos brinda derechos y libertades, pero ese sistema desarmó los marcos comunitarios y privatizó la moral, hizo impersonal el buen vivir, provocó al ser humano el ser autónomo, nos aisló y nos llevó al capitalismo individualista y desordenado: “el fin justifica los medios” y como dijo nuestro famoso cacique huasteco que operaba desde su rancho: “moral es un árbol que da moras” .
En este vacío, la técnica reemplazó a la virtud y a las profesiones, el carácter. Se aprende a hacer sin darle un sentido al para qué. Las carreras son instrumentalistas pero no construyen al ser ciudadano ni al sentido de permanencia colectiva.
Recomendaba un sabio maestro que poseía una formación íntegra: “sean buenos y éticos profesionistas… el éxito vendrá por añadidura”.