Estados Unidos, un país poderoso en todos los niveles, ha encontrado su debilidad en una pandemia: 1.9 millones de infectados y más de 110 mil muertos.
Si antes nos impresionaban las filas de autos de lujo desfilando en conmemoraciones cívicas en Washington, ahora vemos en varias grandes ciudades largas filas de carrozas fúnebres esperando su turno para entregar los cuerpos de los fallecidos, a los centros de cremación.
A esta emergencia se agregan los brotes de violencia por la muerte de afroamericanos a manos (o rodillas) de la policía que refleja su odio en su actuar. El resentimiento acumulado más acciones incidentales dispararon la enorme tensión racial subyacente en ese país.
Siendo por antonomasia país multirracial y destino de emigraciones, no ha resuelto la integración y equidad entre los “blancos” y las minorías raciales, en especial negros. Hasta la fecha, han sido muertos violentamente más de 4,400, recordándose en estos días con varias ceremonias la matanza de Tulsa en 1921.
La pandemia más la violencia parece ser un coctel que está arrojando un resultado exportable. Si el presidente Trump quiso minimizar el impacto del virus, se tardó semanas críticas en alertar a su población de los graves riesgos que se venían, se desentendió del problema; igual ante la violencia policíaca, dirigiendo elogios a esos cuerpos que nacieron para proteger, no para lesionar.
¿Hasta qué punto esos acontecimientos pueden multiplicarse? Ningún país de Latinoamérica está exento, y menos México, en donde el violento no es reprimido, pese a los destrozos que causa y caos que siembra.
Pero también hay un resentimiento guardado en las masas que brotará en cuanto el hambre toque a sus puertas por el despido del empleo, por decreto o cierre de negocios. El hombre confinado y con necesidades urgentes se volverá un león recién enjaulado; también por la frustración de no encontrar en su país el ambiente propicio para su desarrollo y realización personal con las cada vez más estrechas restricciones y una perspectiva de crecimiento en cero.
Las masas son ingobernables y propicias al estallido; solo falta el incidente que encienda la mecha para actuar y esconderse en el anonimato, porque sabe que en México no existe el control ni la persecución legal. _