La izquierda desde que llegó a la Cámara de Diputados, en 1979, luchó por debatir entre poderes de cara al país. El Informe presidencial no debería ser un monólogo, sino un diálogo público abierto. No un discurso de cifras sobre las obligaciones, sino un balance cualitativo.
Se criticaba el formato autoritario, monárquico, que simbolizaba al presidencialismo totémico de un federalismo simulado.
Al paso del tiempo y ante la resistencia al cambio del sistema político, la institución presidencial y el Poder Legislativo se han debilitado y caricaturizado, viviendo una profunda crisis de representatividad que arrastra a las instituciones nacionales.
A partir de 1988, la demanda de diálogo público en los informes presidenciales se intensificó. Miguel de la Madrid fue interpelado por Porfirio Muñoz Ledo y luego, a lo largo del salinismo, cada 1 de septiembre los diputados de la oposición interpelaban a Carlos Salinas, que respondía: “Ni los veo, ni los oigo”.
Posteriormente, con cambios al formato, como “los posicionamientos” de cada partido, pero sin la presencia del Presidente, siguieron los monólogos y la sordera.
En el segundo Informe de Zedillo, en el que se anunciaron las reformas para la privatización de Pemex, CFE y Ferrocarriles Nacionales, se acordó el silencio y la oposición simulada. El informe estaba marcado por el acuerdo secreto que garantizaba orden y silencio frente al discurso y de ahí la condena unánime al espejo.
La presidencia del PRD y Zedillo enterrarían, en ese acto de común acuerdo, la molesta insurgencia de 1988 a cambio de alternancias estatales y la transición hacia la derecha. A cambio, el PRD con su silencio sería aceptado como parte de la clase política, cediendo su programa e independencia, autodesignándose como el partido de izquierda, pero por la boca y no por los hechos. Nace la demagogia que hoy vivimos.
En la alternancia, las oposiciones expulsan la presencia del Presidente y el país se paraliza ante el triunfo de las minorías que impusieron cómodamente las reformas neoliberales y privatizantes que han polarizado social y económicamente a los mexicanos.
Hoy cada poder está en su palacio hablándole a su ombligo. El Presidente añorando su mayoría autoritaria convertido en caricatura y los legisladores parchando leyes obsoletas.
No urge elegir nuevo Presidente, sino cambiar la institución presidencial, pues sea quien sea, será lo mismo.
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@MarcoRascon