En México, existen más de 31 millones de jóvenes, quienes deberían representar el motor del desarrollo y la innovación en nuestro país.
Sin embargo, la juventud mexicana vive sumida en un ambiente de incertidumbre y preocupación constante.
Factores como la exclusión laboral, la pobreza y la violencia han generado un panorama devastador que limita sus posibilidades de crecimiento personal y profesional.
Las cifras hablan por sí mismas: el 40% de los jóvenes mexicanos se encuentra en situación de pobreza, lo que significa que casi la mitad de esta generación enfrenta dificultades para acceder a una vida digna y a oportunidades de desarrollo.
Además, el 67% no tiene acceso a seguridad social, lo que profundiza la vulnerabilidad y limita su acceso a servicios médicos y prestaciones básicas.
De hecho, uno de cada cuatro jóvenes carece de servicios de salud, lo que pone en riesgo su bienestar físico y mental.
La “transformación” de Morena ha dejado fuera a los jóvenes, marginándolos a través de programas que, lejos de ofrecer soluciones reales, perpetúan su dependencia.
La Organización Internacional del Trabajo ha advertido sobre la gravedad de la situación, señalando que los jóvenes representan cuatro de cada diez desempleados en México.
Además, muchos de los empleos que se crean son informales o están mal remunerados, lo que dificulta la estabilidad y el crecimiento profesional de esta generación.
Para agravar aún más la situación, la violencia se ha convertido en un obstáculo insuperable para muchos.
En el año 2024, siete de cada diez homicidios en el país tuvieron como víctimas a personas de entre 15 y 44 años, lo que evidencia cómo la inseguridad ha arrebatado hasta la esperanza a nuestros jóvenes.
Esta es la herencia de un gobierno que, lejos de enfrentar el crimen, lo abrazó.
Mientras la presidenta Sheinbaum ordena colocar vallas metálicas para “proteger” el Palacio Nacional, el país requiere de políticas públicas que representen verdaderas alternativas para la juventud: la ampliación de la cobertura educativa, la oferta de becas y empleo temporal, el fortalecimiento de las estancias infantiles para madres jóvenes y la garantía de seguridad social para quienes comienzan su vida laboral.
Los discursos y las falsas promesas no bastan, cuando el país se sigue desangrando y las tasas de suicidio entre los jóvenes continúan en crecimiento.
La marcha de hoy sábado de los jóvenes no está dirigida contra un edificio ni contra un simple símbolo; fue un grito de desesperación frente a la indiferencia de las autoridades.
Necesitamos un México en el que ningún joven tenga que salir a marchar para ser escuchado.
Solo así podremos aspirar a una nación más justa, equitativa y llena de oportunidades para todos.