En el marco del Día del Peatón, fecha instaurada por la Organización Mundial de la Salud para reflexionar sobre la seguridad -o mejor dicho inseguridad- vial en las ciudades, quiero aprovechar para continuar profundizando en un elemento vial que ha limitado la movilidad de las personas que caminan durante estas últimas décadas: los puentes “peatonales”.
En el texto de la semana anterior les comentaba que, por muchos años, nos han hecho creer que este tipo de infraestructura está diseñado para las y los peatones; pero distintos análisis y estudios, así como el utilizarlos por cuenta propia, nos demuestran lo contrario: son obsoletos y solo sirven para que los automóviles no se detengan.
Tal vez hasta este punto se estén preguntando qué mosca me picó, como para hacer tal aseveración sobre los puentes, y es entendible que, tras todas las campañas y esfuerzos de parte de las autoridades por obligarnos a utilizarlos, creamos que son útiles, pero no lo son; a continuación les daré algunos de los muchos motivos por los cuales debemos empezar a llamarlos como puentes anti peatonales.
En primer lugar, no están pensados para todas las personas: las infancias, mujeres embarazadas o con niños pequeños, personas que transportan con alguna carga pesada, personas con discapacidad y de la tercera edad, no los pueden utilizar, o al menos no con facilidad, ya que requieren de múltiples esfuerzos para subir las numerosas escaleras que poseen o caminar las inclinadas rampas que casi nunca cumplen con la normativa, según sea el caso.
Y a ese esfuerzo hay que sumarle el de la distancia que se incrementa hasta 10 veces más, comparado con lo que representaría cruzar la vía a nivel de calle, puesto que, de acuerdo con Liga Peatonal, en un cruce seguro, un peatón recorre en promedio alrededor de 11 metros, mientras que el hacerlo a través de un puente anti peatonal, con rampas (a 6%), la distancia por recorrer es de 103 metros, aproximadamente.
Tampoco son seguros; son muchos los registros de delitos cometidos en un puente anti peatonal a transeúntes, principalmente en horario nocturno, donde se vuelven sitios más propensos para que ocurran agresiones, ya que la mayoría de la infraestructura de este tipo carece de iluminación e imposibilita el que haya más ojos que vigilen lo que ocurre en ellos.
Y ni hablar del costo económico -quizá con esto los convenza-, pues construir un puente anti peatonal, en lugar de un cruce seguro a nivel de calle, representa el doble del costo, sin tomar en cuenta el mantenimiento durante su vida útil (el cual asciende a 2.4 veces mayor al del cruce seguro). Por lo que los beneficios totales de un cruce seguro, son 2.7 veces mayores a los del puente anti peatonal.
Además, ¿por qué la prisa de un automovilista importa más que la vida de una persona que quiere cruzar la calle caminando? No está bien y tampoco es justo que construyan enormes elefantes blancos para obligarnos a esforzarnos más de lo que quizá muchos de nosotros puedan, solo para que un par de automovilistas no tengan que tomar una pausa de unos minutos para cedernos el paso -no olviden que las y los peatones tenemos prioridad en la vía pública-.
Las y los peatones somos mayoría y requerimos de acciones contundentes para que podamos vivir y disfrutar la ciudad con total libertad; por eso debemos decirles adiós a los puentes anti peatonales.