Las universidades en general, pero muy en particular las públicas, deben regirse por principios como el laicismo y las libertades de expresión, de cátedra, de investigación y de creación. Esas derechos son parte del universalismo, la inclusión y la tolerancia hacia los componentes de una sociedad pluralista y compleja.
Con frecuencia olvidamos que nuestras convicciones personales de corte moral o religioso no pueden imponerse al resto del conjunto, y caemos en el fanatismo y la intolerancia. Podemos debatir o defender nuestras certezas, pero no imponerlas.
El jueves 11 pasado la Universidad de Guanajuato (UG) determinó cerrar anticipadamente una exposición de artes visuales denominada “Iconoclasia”, del joven artista Edder Martínez, montada en la galería Jesús Gallardo. Al parecer la UG lo hizo en respuesta a la inconformidad pública de grupos católicos y diocesanos. Eso desató una intensa polémica en redes sociales que dividió las opiniones entre los ofendidos por el contenido de la muestra, y los defensores de la libertad de expresión.
La exhibición presentó siete imágenes de Cristo crucificado, intervenidas con motivos gráficos que hacen referencia a opciones alternativas de género y sexualidad humana. Concuerdo en que es de mal gusto juguetear con figuras que tienen un alto contenido sacro, como lo es la representación icónica del máximo mártir de la fe cristiana. Pero también creo en la libertad de expresión artística, y que el arte tiene derecho a experimentar.
No concordé con la decisión institucional de cerrar la muestra antes de su término. Eso empeoró las cosas y provocó reacciones de grupos de jóvenes universitarios que se solidarizaron con su compañero. Se proyectó una imagen de un colectivo temeroso ante actores externos que no son amistosos con las libertades de credo y de creación.
En estos casos la mejor estrategia es la prevención de los eventuales efectos de este tipo de ejercicios de libertad. Si se quiere colaborar en la preservación de la armonía social y evitar ofender a sectores de la comunidad, lo racional hubiera sido tomar decisiones preventivas antes de autorizar su apertura. Prevención antes que coerción.
El arte también se rige por la ley de la oferta y la demanda. Si la exposición resulta repulsiva para algunos —o para muchos— se tiene a mano la mejor herramienta de veto: la no asistencia. ¿No te gusta? No vayas, no contribuyas con tu presencia a la fama precoz de un artista anhelante. Pero lo contrario, la simpatía con el creador, también se vale…