Desde niño supe que un libro es un libro y una película es una película. Me ocurrió con Taras Bulba de Gógol. Al ver la película esperaba con ansiedad y morbo cómo reaccionarían los espectadores ante un pasaje del libro en que uno de los hijos de Taras es martirizado a muerte en una plaza pública polaca; el martirio: le van quebrando, con lentitud, hueso tras hueso. Pensé que llegada la escena los espectadores iban a desviar los ojos de la pantalla. La escena nunca llegó. Sigue en el libro.
Volví a la infancia por algo que tampoco llegó a la pantalla en la adaptación fílmica de Jane Campion a la novela de Thomas Savage El poder del perro. En la novela y en la película asistimos a continuadas muestras de “hombría” del personaje cuarentón Phil Burbank y cosas propias de “mariquitas” del joven personaje Pete Gordon; en una de ellas Burbank sorprende y humilla a un niño gordo y rico que le presume ser campeón en las canicas. Burbank finge no saber cómo se juega a las canicas aunque durante su niñez fue un experto en ellas. El niño gordo tira primero; “Le toca a usted, señor” le dice a Burbank cuando llega su turno. Burbank, falso, pregunta “¿Así es como se toma la canica cuando tengo que tirar?”. “Más bien así”, dice el niño, pero la novela no nos dice cómo es este “así”. Pensé en cómo resolvería tal “así” la directora Jane Campion; pero la escena, ya dije, se quedó en el libro. Y pensé también: al construir su guión Campion mezcla a veces pasajes de la novela en una sola escena. En mi guión mental el “mariquita” Pete pudo quizá demostrarle al “bragado” Burbank que jugaba mejor a las canicas que él, y con la canica/al “modo marica”.
Vueltos, pues, a la infancia. En la mía uno era “menos hombre” si le iba al América, le gustaban los Beatles (en vez de los Rolling), le iba al Santo (no a Blue Demon), y en las canicas tiraba “de uñita”. Yo, América y Beatles y Santo. Pero eso sí: tiraba “de huesito”. Ah los tiros de calambre que salían desde el elíptico hueso de mi pulgar.
Luis Miguel Aguilar